lunes, 15 de mayo de 2023

Eurovisión 2023, mis reflexiones.

Festival de Eurovisión 2023. Reflexiones varias me vienen a la cabeza, es importante prestar atención a lo que nos dicen las imágenes de este tipo de acontecimientos. 


Tendemos a pensar que las baldosas del camino las colocan grandes pensadores, influyentes mentes que nos dirigen desde rascacielos sin alma. Es cierto para los grandes giros macroeconómicos que acaban en cataclismo, pero en lo que se refiere al día a día, a la superficie de nuestra vida cotidiana, son artistas, fans y presentadores de este tipo de eventos los que nos indican hacia donde vamos. 

Aviso que voy a ser políticamente incorrecta.

Nunca he ocultado mi fascinación por el festival, me entusiasma el desarrollo y no me disgusta su evolución a lo largo de los años. La representante de España, Blanca Paloma, me ha gustado bastante, su propuesta arriesgada y personal proyectaba algo que pocos han entendido, porque la superficialidad manda, es una de las razones de ser del festival. No soy tan osada para afirmar que, como en general el flamenco no se entiende, el gusto musical del público es mediocre. Hay demasiados estilos musicales, y ya no es posible separa la paja del trigo. Por cierto, superficialidad y mediocridad no son conceptos sinónimos. 

Lo primero que me viene a la cabeza cada año cuando veo aparecer en el escenario a algún artista nativo de los antiguamente conocidos como 'Países del Este', es la metamorfosis que sufren los humanos en su estética sin sonrojo ni transición traumática. Visualizo aquellos desfiles del otro lado del telón de acero, donde mujercitas virginales desfilaban con retratos del dictador comunista de turno, con guirnaldas de flores y sonrisas anodinas, mientras ladeaban sus cabecitas observando la sonrisa picarona de los orondos burócratas que elegían, desde su privilegiado balcón a las afortunadas que se meterían en sus camas esa misma noche.


Las nietas de estas inocentes jovencitas aparecen en 2023 semidesnudas y con la cara a reventar de bótox, como si hubieran inventado el festival y nunca hubiera existido el Telón de Acero. Porque estas féminas que desfilaban levantando el retrato de dictador, se creían a pies juntillas todas las mientes que les contaban. Aparecer ahora en Eurovisión, cantando en inglés - ¡con lo bonito que es el ruso! -  y con esa estética impersonal pero visualmente atractiva, es parte del engaño, del juego de luces y sombras con el que pretenden convencernos de que el Telón de Acero no existió y que - de existir - fue un desfile inocentón y sin mayor trascendencia.

Segundo pensamiento, Europa Occidental siempre ha subestimado a Rusia. Un gravísimo error, que - ya anuncio, y sin bola de cristal - no se va a subsanar. Para entender un poco este desamor secular, recomiendo la lectura de 'Los hermanos Karamazov', podéis ir profundizando sobre esta idea mientras pasáis las páginas.

Rusia es un país del que sólo conocemos lo que nos han contado de forma superficial y poco objetiva. El 99,99% de los europeos tienen esta noción de Rusia: antes de la Revolución Rusa, las clases adineradas hablaban francés y celebraban fiestas suntuosas. El zar ignoraba de forma sistemática lo que necesitaba su pueblo y lo acabaron matando a tiros. Después vino el Comunismo, del que se oculta casi todo - excepto los desfiles, que eran muy vistosos - y ahora está Putin, que es malísimo y va contra Europa. Por esta y otras razones, Rusia no participa en el Festival desde hace dos años. Una pena, porque siempre estaba entre las favoritas para ganar, sobre todo cuando subían al escenario a una viejecita, como trasunto de una campesina en la época de los zares, o a unas feministas que sólo decían sandeces. Estas propuestas gustan mucho porque sirven para afianzar las falacias sobre las que se asienta nuestro mutuo desconocimiento. 

Lo que hay que hacer entender a las masas es que Rusia es - casi siempre - el enemigo. Un espectáculo que ven millones de personas es perfecto para enviar un mensaje perfectamente sincronizado y controlado - ahora sí - por los que nos observan desde sus despachos en las alturas. El presidente ucraniano (¡pobre fantoche!) quiso dirigir unas palabras a los eurofans, y hubo que pararle los pies, entre otras cosas porque a los europeos la guerra de Ucrania les importa un bledo, sólo les sirve para llenar algún que otro hueco en conversaciones de café. Que un tipo, simulando estar en un refugio atómico, vestido de militar, diga frases sacadas del diario de Lenin, no entra dentro de la estética de un acontecimiento de este calado, ni conviene tras año y medio de guerra.

Tanta fiesta y demagogia, hay que pagarla. Recuerdo a mis lectores, al hilo de lo anterior, que el Comunismo como sistema de gobierno fracasó estrepitosamente, y que el Capitalismo triunfó, esto supone un sistema de precios y medidas que es inflexible y cruel, sobre todo para el que se da cuenta de algo tan obvio. Aquí anoto otra reflexión, los cinco países que pagan el festival (Big Five) son los que casi siempre obtienen peores resultados. Este año, sin ir más lejos, Alemania ha quedado la última. Aquí la moraleja es muy evidente, 'al rico hay que denostarlo, porque su obligación es proveernos de dinerito para que lo pasemos bien, para algo sacábamos el retrato de Stalin a pasear cuando empezaba el buen tiempo'.

Esta idea, que se expande como una mancha de aceite sin control, nos obliga a asumir que España NUNCA ganará el festival. No es el desconocimiento del flamenco, tango o la melodía de 'Paquito el chocolatero', la causa de tal obviedad, es simplemente que España está dentro de una cesta de capitalistas que - excepto Italia - hacen lo posible por mostrarnos ante el mundo como subdesarrollados y poco serios. Y claro, el capitalismo no comulga con durmientes y vagos. El binomio chirría tanto, que acumulamos decepciones sin parar, y así seguirá. En cuanto empiezan las votaciones, los que no pagan el festival, comienzan a votarse entre sí, y contra esto no hay quien pueda. 

En este sentido los peores son los nórdicos. El sufrimiento de suecos, noruegos, daneses, finlandeses o islandeses, condenados a un segundo plano bajo la sombra española debe rozar la tortura. En venganza no nos votan nunca. 

Hay esperanza en todo este maremágnum de lealtades y política encubierta, el Reguetón ha venido para quedarse. Este género musical me espanta, me pone los pelos de punta. Pero como las letras son en español, debo defenderlo. Aunque sólo sea para fastidiar a tanto iluminado como hay suelto. Que el reguetón esté  amenazando al monopolio de música en inglés nos da idea de hasta qué punto la música que producen es una basura auténtica. 

Por cierto, el festival tenía más gracia cuando cada país cantaba en su idioma. A veces se defienden las lenguas muertas y otras se entierran, no hay quien se aclare.

La última reflexión es la más obvia y carente de desapasionamiento. La luz del Imperio Británico se está extinguiendo, si es que no se ha extinguido ya. Todos los imperios entran en decadencia, no es algo malo, es algo esperable y natural. Aunque pueda parecer lo contrario, yo no quiero que esto suceda, porque el relevo es incierto y aterrador. Digo esto último porque - de nuevo, viendo Eurovisión - los ingleses no son conscientes de que su luz languidece y su potencial cultural merma por momentos. Estamos en una fase de descenso cuesta abajo y sin frenos. Y para revertir la inercia del movimiento, es necesario que el que maneja los mandos se de cuenta, pero nada, ni lo ven venir. Terrible.

El festival fue terriblemente aburrido, no por el contenido y dinámica, casi invariables a lo largo de los años, más bien por su forma de proyectar lo evidente de su decadencia. Más o menos a la mitad de la retransmisión, los presentadores, con estética y gestos propios de un evento de tercera en Benidorm, dijeron:  "Liverpool es la cuna de la música, aquí se han compuesto canciones que han influido en músicos de todos los tiempo" ¿Qué músicos? ¿Qué tiempos son esos? Doy por hecho que se referían a los Beatles y que - al no tener los derechos de autor - no pudieron interpretar sus canciones. Para sortear este inconveniente, aparecieron sobre el escenario una amalgama inclasificable de artistas, entre los que apareció una mujer que se rebozó en agua mientras interpretaba algo que ya ni recuerdo. Hubo que distraer a la audiencia de tan penosa impresión proyectando un video de Kate Middleton al piano rodeada de lujo, luciedo un vestido de más de tres mil euros.  

El  festival pretendía ser un gesto de solidaridad y conmiseración con los que viven bajo cuatro maderos en Ucrania. No sé si esto es un claro signo de decadencia del Imperio Británico o del mundo en general. No por el vestido y la puesta en escena, más bien por la hipocresía apabullante de todo lo que nos rodea.

¿Soy la única que se da cuenta? 

Lo sé, esto es demasiado 'intenso'. Pero podéis ver el festival entero, y sacar vuestras propias conclusiones.
Leed y observad mucho.
M.

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