lunes, 13 de enero de 2020

Impresionados con los impresionistas...

Pues nada, de exposición en exposición... Es lo que tiene que ser una crítica de arte de pacotilla, tengo que rellenar este modesto blog con mis visitas a museos de aquí y allá, diciendo disparates unas veces, y añadiendo mi visión particular, sin ningún criterio definido, otras. Un megamix de lo más esperpéntico que arranca de mi manía de ir contracorriente. Adelanto ya, como consejo, que esta postura vital me ha dado muchos disgustos. Pero es tarde para enderezar las cosas. Una vez te encasillan como 'estrafalario', no hay escapatoria, es como el agujero negro que engullirá al universo.

Hoy toca hablar de la exposición 'Los impresionistas y la fotografía', que se puede ver hasta el 26 de enero de 2020 en el Museo Nacional Thyssen Bornemisza de Madrid. Adelanto ya que la crítica no será buena, por una simple razón, para mí, los impresionistas franceses están sobrevalorados de una forma absurda. Hay cuadros que rozan la calidad de 'mercadillo de verano', no logro explicarme cómo alguien puede ver algo aprovechable en determinadas obras, afirmando que determinados cuadritos de arbolitos sin perspectiva, marcaron la senda de futuros movimientos pictóricos. 

Claude Monet (1840-1926)
'El deshielo en Vétheuil' (1880)
Óleo sobre lienzo. (60 x 100 cm)
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid


Como ya afirmé en mi artículo sobre 'Las Meninas' de Velázquez, el arte inició una espiral esquizoide tras el barroco, rozó el espanto en la segunda mitad del siglo XX, para - ya en el siglo XXI - perder el norte, dejando que el mensaje torticero y tendencioso prime sobre la calidad de la obra de arte. Me viene a la cabeza un montaje en el MoMa de Nueva York, que consistía en amontonar cientos, miles de vaqueros hasta que llegaban al techo. Justo al lado, una mujer, sentada en un pupitre de madera, pasaba las hojas de un libro chupando las hojas. Este último detalle no era baladí, formaba parte del sentido de todo el mensaje. Considerando la compra de la obra, los pantalones podrías llevártelos a casa, siempre que tengas espacio, claro, pero el pupitre con ser humano... Eso ya lo veo más complicado. Tal fue el éxito de la puesta en escena que, por más que lo he buscado en internet, no he logrado encontrar nada, búsquedas en inglés y español... Nada. Pero los vídeos de Torrebruno están, y con enorme éxito de visitas. 

En el propio Museo Thyssen hay una exposición de telas de araña, yo misma asistí a la conferencia de Tomás Saraceno, en la que explicaba cómo las telas eran un reflejo del universo. Se quedó tan pancho. Comienzo a dispersarme sin remedio, pero es que esta conferencia de las arañas me impactó un montón, y creo que no había comentado nada aquí. Este artista argentino ha dedicado su vida a espiar a la arañas, ahí lo dejo. Sé que suena un poco frívolo, pero ha llegado lejísimos en el olimpo artístico del siglo XXI, por lo que es posible que su obra tenga más enjundia de la que yo pude aprehender.

Vuelvo a los impresionistas. Poco puedo aportar a lo ya escrito sobre este movimiento pictórico, que se desarrolló en Francia en la segunda mitad del siglo XIX. En ese momento, París era la capital cultural del mundo y el francés la lengua hablada por las élites europeas. Esta es la primera de las claves para entender el auge de cualquier aportación cultural suya en ese preciso momento. Lo mismo que ocurre ahora con el inglés. De todo lo que proyecta la potencia cultural del momento, Estados Unidos, más de la mitad es basura pura, pero la hegemonía es tal, que discrepar es sencillamente ridículo. 

Como a toda potencia cultural, a París le llegó su final. Pero antes de que éste se hiciera patente, se percibió un auge, un esplendor sin precedentes. El ocaso proyecta una luz especial, París no fue una excepción. Si alguien nos dice 'París', inmediatamente nos viene a la cabeza esa época, esa imagen descarada y voluptuosa, artistas con abrigos raídos caminando por las calles, absenta, cabarets, brillantes ideas y vida bohemia. Todo este imaginario lo fulminaría la Primera Guerra Mundial. No sólo París se disolvió en la bruma de la historia, también Europa dejó de mostrar al mundo lo que era, lo que había sido y lo que podría ser. Era el pack completo. Todo cayó, se derrumbó como un castillo de naipes. Francia ha seguido agarrándose a una sombra, a la idea de que esa etapa dorada sigue inmutable, parte de esa obsesión es la proyección machacona de la idea de que los Impresionistas fueron más talentosos de lo que en realidad fueron. Tal vez sea injusta, pero - dentro de la innumerable obra atribuida a ellos - no todo tiene relumbre e importancia, y ha llegado un momento que la sobreexplotación de exposiciones con temática impresionista se ha convertido en algo preocupante.

Yo he visto, el los últimos dos años, 'Los impresionistas y la arquitectura' en la National Gallery de Londres, 'Monet y Boudin' en el Thyssen de Madrid, 'los impresionistas en Londres' en la Tate de Londres y ahora ésta, dedicada a la influencia de la fotografía en estos pintores. Nota importante y obvia, la aparición de las cámaras fotográficas fue un hito que afectó a la ciencia, al cine, a la comunicación..., no sólo al Impresionismo. Otra terrorífica y torticera confusión.

Pero parece dar igual, porque cualquier perspectiva, punto de vista, influencia, matiz cultural, parece estar relacionado con ellos, Camille Pissarro, Edgar Degas, Pierre-Auguste Renoir, Paul Cézanne, Alfred Sisley, Berthe Morisot..., por citar a los más conocidos. Repito, me parece desmesurado.

La sobreexposición de sus cuadros ha convertido al más simple de los mortales en un entendido en Arte. En cualquier conversación informal, si sale el tema 'pintura', toda persona - sin excepción - menciona la palabra 'impresionismo' y ya parece un gurú elevado sobre el resto. La idea es tan difusa, que cualquier pintura que muestres, si tiene algo raro, distorsionado o se sale de los cánones clásicos, el 90% de los que opinan dirá que es un cuadro impresionista. 

Culpa de esto la tienen exposiciones como la del Thyssen. No hay un sólo cuadro aprovechable. Al visitarla (al menos cinco veces) he tenido la sensación de ser un instrumento de la vacuidad circense en la que han convertido las grandes ciudades y los museos como parte integrante de ellas. 

Eugène Boudin 
Puerto de Brest, 1870
Óleo sobre lienzo. 47,6 x 65,4 cm
Portland Art Museum, Oregón. Legado de Charles Francis Adams

No culpo al museo ni al comisario, el enfoque y montaje de la exposición son soberbios, culpo a la concepción que sobre el arte tenemos en el año 2020. Un mercadillo de ideas que ya han pasado por el tamiz cultural del siglo XX y lo que llevamos del XXI, y han desvirtuado de tal forma la realidad que ahora - cuando veo exposiciones como esta - no logro diferenciar entre lo que realmente veo, lo que quieren que vea, o lo que los pintores querían que hubiese visto... Trabalenguas intelectual que merece un momento de meditación.



Édouard Manet

Retrato de Carolus-Duran, 1876
Óleo sobre lienzo. 191,8 x 172,7 cm
Barber Institute of Fine Arts
University of Birmingham / Bridgeman 


Observemos el cuadro de Édouard Manet, Retrato de Carolus-Duran (1876). ¿Qué tiene este cuadro de especial? Antes de dar una respuesta apresurada, pensemos en el arte en su capacidad para transmitir sentimientos y despertar en nosotros una especie de conmoción. Bien, ¿qué tiene de esto el cuadro? Nada absolutamente. Es un individuo -como muchos otros de la época - que va paseando por el campo. ¿Qué ha aportado la fotografía a este cuadro? De nuevo, maticemos. La fotografía aportó al arte la mejora en la percepción de la perspectiva y el matiz real de los colores a la hora de ahondar en el estudio de esta. Entonces... ¿ha aportado algo la fotografía a este cuadro? No, naturalmente que no.

Entramos aquí en la turbia justificación de la 'reinterpretación del artista', en este caso su forma propia y particular de expresar lo que le inspiraba una foto, pero este saco no tiene fondo. Si al final todo es una visión acorde con el mensaje que nos quieran transmitir ahora, 150 años después de pintarlo, no me vale. Prefiero mirar el cuadro sin más, sin necesidad de aditivos. Al enfrentarme a los cuadros de la exposición, había una diferencia tan abismal entre lo que se pretendía que viese, y lo que en realidad estaba viendo, que se convertía en el reflejo entre lo que percibo yo de lo que me rodea en general, y lo que en realidad me enseñan o quieren que vea. 

Al ver los cuadros, prefiero imaginarme el canto de cisne, el París de finales del siglo XIX. Imaginar ese caldo de cultivo de artistas y soñadores que imaginaron un mundo mejor, ese que nunca llegó, porque lo barrió para siempre el ser humano con su guerras del siglo XX.

Id a ver la exposición, queda poco, y así sacaréis vuestras propias conclusiones.
M.

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