domingo, 10 de febrero de 2019

La Piedra Lunar, reflexiones de la vida moderna.

Mediados del mes de febrero, San Valentín esperándonos tras la esquina, acechante con su flechita ridícula y un escenario mundial en ebullición sospechosa de acabar en caos. No ceso de preguntarme como el hombre - habiendo alcanzado un nivel de progreso inabarcable - sigue ocupando la mayor parte de su tiempo en hacer el idiota. Me pasmo ante lo que nos rodea. Debo reconocer que antes sentía miedo, ahora sólo indiferencia. Es la única barrera que cabe interponer al sinsentido. 

Otra de las barreras para evadirte del caos reinante, es leer clásicos que hablen de otras épocas, escritos por hombres y mujeres de tiempos pretéritos. Excepto en contados casos, los autores del siglo XXI no logran despojar a sus personajes históricos de sus propios sentimientos y forma de pensar, lo que hace poco/nada creíble, hasta diría soporífera, su literatura. Confieso, por ejemplo, que he tenido que abandonar 'Yo Julia' de Santiago Posteguillo. Precisamente por esta razón. Lo siento, porque me cae bien, pero es que es un tostón y avanzar en la trama me costaba horrores. Prometo acabarlo y mirarlo con mayor benevolencia.

Con estas ideas invariables y machaconas en mi cabeza, he concluido felizmente la lectura de 'La Piedra Lunar' de Wilkie Collins. Obra maestra donde las haya. Un DIEZ, una delicia... Un clásico de otro mundo ya barrido por los desastres del siglo XX y la ceguera del siglo XXI, no hay que desanimarse, porque esto va a peor, y si caemos en el pesimismo veo poco recorrido a este mundo sin fuelle. 


Los terribles efectos del cientifismo nos han privado de analizar algo tan simple como el desarrollo de las debilidades humanas. No hay más verdad que lo que la ciencia puede demostrar. Eso sí, maticemos, el único pecado que cabe achacar a los científicos es el de la soberbia. Siendo justos, nuestro mundo es más llevadero con toda la caterva de aparatitos que nos hacen la vida más fácil, con lo cual a ellos podemos perdonarles este pecadillo grave, pero con un fin loable. Para el resto de los humanos, simples marionetas que se mueven con un móvil en la mano incapaces ya de pensar por sí mismos, espiados y manipulados por unas élites mediocres, pero con una gran celo en dominar, a todos ellos sin excepción (yo también me incluyo) el progreso nos ha conducido a una encrucijada estrambótica, yo diría que esperpéntica. 

A todos ellos, por tanto, pero específicamente a los que 'retwittean' pensamientos ridículos y vacuos, les recomiendo la lectura de 'La Piedra Lunar'. Un resumen certero de la historia de la modernidad en una novela de misterio, con robo de diamante (la Piedra Lunar) incluido y la descripción de los más bajos instintos humanos, también de los que nos hacen fuertes, la lealtad y el amor. (¡Viva San Valentín!)

Repasemos un poco la historia moderna. La Reforma Luterana del siglo XVI convenció a media Europa que ser rico estaba bien, y pulverizó con discursos puritanos y fanáticos al resto de los pobres que no tenían ni qué llevarse a la boca. Esa superioridad moral, refrendada por la teoría calvinista de que el hombre ya nacía predestinado y que las obras servían para poco/nada, dio pie a que un caradura del siglo XIX como Carlos Marx, aupado por esta supuesta superioridad intelectual - alimentada hábilmente con la leña de la Leyenda Negra que acompaña aun hoy al mundo católico -, escribiera varios manifiestos incendiarios que se extendieron como una mancha de aceite y cuyos efectos se dejaron sentir en toda Europa, cimentado un mundo ideal sobre palabras huecas, porque para avanzar, primero hay que observar y leer libros como este.

El Reino Unido, en la época en que Wilkie Collins escribe La Piedra Lunar (1868), atravesaba una de las etapas más prósperas de su historia, por extensión e influencia, bajo el reinado de la Reina Victoria. Periodo tan boyante escondía, por otra parte, una desigualdad social aplastante y una hipocresía puritana sonrojante. Todo ello lo denunció Charles Dickens (amigo íntimo de Collins) en sus novelas, que os recomiendo desde ya que leáis. Dickens era un escritor de prosa fácil, Collins era más enrevesado, por eso su denuncia es menos directa, pero no por ello menos letal.

La desigualdad social la desliza Collins describiendo la vida de los criados, que son respetados, pero sobre los que recae toda sospecha del crimen y - cuando llevan a cabo el más heroico de los sacrificios - son olvidados por los protagonistas, y hasta por el propio escritor, porque sólo se sirve de ellos para apuntalar el argumento. La hipocresía nos la va pincelando de la mano de un relevante personaje social, que esconde una doble vida, tal y como la sociedad victoriana fomentaba. La avaricia, que aplasta la fe, y obliga a aquellos que la tienen, a vagar despojados de todo honor por el mundo, se da a conocer desde la primera página, cuando se lleva a cabo el robo de la piedra, aun sabiendo que la maldición y la desgracia la acompañan. La ambición no se detiene ante nada, y sigue una misma línea destructiva ahora y hace un siglo y medio. Desconfiad de los visionarios y los ególatras.

Pero como la propia luz de la gema, aparece la audacia, la valentía y el amor. Así de simple, y gracias a ellos todo volverá a su sitio. Es la audacia sin condiciones la que mueve voluntades, no las reformas religiosas, ni la lucha de clases sin una base de generosidad ni - de nuevo - audacia. Este larvado mensaje en un libro publicado en 1868, cuando en España - por ejemplo - se gestaban Revoluciones Liberales que nos conducirían a desastres del tamaño de una sima galáctica, es la llave para entender parte de la encrucijada en la que nos vemos envueltos hoy, en vísperas de San Valentín y con un mundo despojado de espiritualidad creativa, tapiada a propósito y ya - me temo - de forma irreversible.

Os recomiendo, no es fácil, que despojéis todos los mensajes de los grandes ''estrategas'' de paja, y llenéis vuestra vida de audacia y verdad.

Conoceréis la verdad, y la verdad, os hará libres.
Jn 8, 31-32.

Leed mucho.
M.



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