Publicado de 'Guay del Paraguay' el 26.Mayo.2016.
Casi no escribo sobre libros, y leo más que nunca. Lo tomaré como uno de los contrasentidos de la vida. Uno de tantos.
Casi no escribo sobre libros, y leo más que nunca. Lo tomaré como uno de los contrasentidos de la vida. Uno de tantos.
Otra de las tareas que no estoy gestionando bien es la de las notas. Tomo notas de todo en decenas de cuadernillos. Nombres de calles, personajes reales que aparecen en los libros, lugares, palacios, guerras y batallas, reflexiones, desesperaciones, eventos que no puedo olvidar… Escribir estos detalles con mi mejor caligrafía me produce un inmenso placer. Soy tan ilusa que hasta llego a convencerme de que tendré tiempo para investigar y meditar sobre estos particulares. Y eso es lo que acabo siendo, una ilusa. Porque tareas absurdas y sin sentido, tareas que queman mi vida sin ningún fin, ocupan la mayor parte de mi tiempo. Nadar y nadar, para morir en la orilla.
Umberto Eco dijo que quien lee tiene cien años más de vida, Fernando del Paso, del que hablaré ahora, hizo un maravilloso alegato al mundo de los sueños y la literatura al recibir el Premio Cervantes. Pero nos rodean seres sin alma, sin curiosidad por nada ni por nadie. Y acabamos, al mezclarnos con la 'sin-sustancia', por no tener cien años más de vida, sino una, corta y empobrecida por la ignorancia.
A veces lloro, lloro al leer cosas bonitas, porque me conmueve no poder convertir mis notas en palabras mágicas, en ideas brillantes que me hagan despertar de un extraño letargo. Medito sobre las palabras en castellano, sobre los sentimientos que me transmiten las obras escritas directamente en nuestra lengua. Medito sobre Ramón J. Sender y su libro 'Carolus Rex', su descripción de Carlos II, tan ajena a lo que nos habían contado. A los lugares comunes que nos hicieron repetir como a loros, sin visión estratégica, como si los castellanos fuésemos beodos gobernados por un subnormal. Sin un resquicio para el romanticismo, que no es nocivo, es sutil y lleno de magnanimidad.
Me veo a mi misma, rodeada de Madrid por todas partes, participando de las bravuconadas de un rey víctima de los delirios de otros, y a pesar de su fealdad endogámica y de su lejanía en el tiempo, siento una gran empatía hacia él. Leo que se negó a besar a su padre en su lecho de muerte, porque justo al lado, tan campante, estaba la momia de San Isidro, y claro, salió a correr. Ahora el santo está medio enfadado con él. ¡Qué disparate! Pero me conmuevo ante la candidez.
Y entonces, Fernando del Paso me da la clave...
(...) ¡Oh, maravilla! lloré en castellano: y es que desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso a carcajadas, me río en castellano y cuando bostezo, toso y estornudo, bostezo, toso y estornudo en castellano. Eso no es todo: también hablo, leo y escribo en castellano (...)
(...) y me zambullí en la literatura de los clásicos castellanos: desde entonces estoy familiarizado con todos ellos: Tirso de Molina, Lope de Vega, Garcilaso, Góngora, el Arcipreste de Hita, Quevedo, Baltasar Gracián y varios otros. Fue allí también, en la casa de mi tío donde me enfrenté con Don Quijote en desigual y descomunal batalla: él, las más de las veces jinete en Rocinante o a horcajadas en Clavileño y yo, en miserable situación pedestre. No obstante mi Señor y Sancho Panza estaban ilustrados por Gustave Doré y eso me sirvió de báculo. Salí de su lectura muy enriquecido y muy contento de haber aprendido que la literatura y el humor podían hacer buenas migas. De esto colegí que también los discursos y el humor podían llevarse (...)
Retazos del Discurso Fernando del Paso. Alcalá de Henares 23.Abril.2016
Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2015
Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2015
Escuchaba a José Saramago en una entrevista de hace años, claro. Y decía que El Quijote no había muerto. Había muerto Alonso Quijano. Porque los sueños no pueden morir. No me había dado cuenta hasta ese instante de algo tan sublime. Porque al despedirme de El Quijote olvidé que había gastado sólo una de sus vidas, pero que había otras que nos había legado en forma de sueños y de libros de caballería. Que había librado una desigual y descomunal batalla y que Él sí, había ganado.
M.
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