domingo, 16 de marzo de 2025

La mujer en el siglo XXI y la obra literaria de Marcel Proust

Cada año, desde mediados de febrero, las marquesinas de los autobuses de Madrid se ciegan con carteles sobre lo importante que es la mujer, sobre cómo hay que luchar por la igualdad, ese objetivo que siempre se describe como inalcanzable, porque - de llegar a conseguirlo - muchos mantenidos por el estado del bienestar no podrían seguir viviendo del cuento.

En Madrid, para colmo, el ruido de discurso sin recorrido se hace más ensordecedor, porque - como el partido/funcionarios mantenidos que está en el poder es diferente al del gobierno de la nación - hay que sacar más pecho. No hay que quedarse atrás, hay que demostrar que en la lucha por la demagogia, cualquier cosa se queda en nada... ¡Viva la mujer trabajadora!



Hay muchas frases del discurso oficial - aquí derechas e izquierdas coinciden pasmosamente - que me chirrían y perturban a partes iguales. Lo más obvio para mí, es que esta sociedad que nos da cobijo ha sido creada, perfeccionada y pulida a imagen y semejanza de los hombres. Miles de años de historia dirigida por ellos, por los que han quemado, arrasado y violado. Ellos, que han apartado del camino de forma consciente y legitimada a mujeres de mucha más valía. Estos mismos que se ufanan del resultado de tanta miseria, violencia, deshonor y caos.

Es a estos seres humanos con pene a los que queremos emular. El resultado de sus decisiones es la sociedad que nos da cobijo hoy, esto es en lo que queremos - a toda prisa - ponernos al día, la nave que queremos comandar.

Debo ser la única que piensa así en todo el Universo, entendiendo como límite de éste el final de la Vía Láctea. Más allá no sé lo que pueden pensar, ni cuántos tipos de sexualidad habrá, no tengo datos. 

Ahora ya tenemos claro que lo que cuenta es el deshonor y la miseria que esparcen los hombres, y que las mujeres tenemos que ponernos las pilas para poder alcanzar puestos de mando en este sistema desquiciado.

Como en esto los políticos no muestran fisuras, excepto para insultarse de una forma burda y previsible, sólo resta poner de manifiesto quién ha protegido más a la mujer históricamente, en esto la izquierda ha ganado la batalla de la propaganda, su discurso no tiene peros, una lástima que las más gritonas en las manifestaciones sean mujeres de poco atractivo y algo olvidadizas, porque yo en los desfiles de los jerarcas comunistas, esos en los que se danzaba de forma inocente y se paseaban los retratos de los padres fundadores, no recuerdo haber visto a ninguna mujer en el balcón de los mandamás, dejémoslo ahí.

En esta carrera loca por el progresismo más banal, las mujeres contamos con toda la ayuda que imaginarse pueda, tenemos más armas que Mazinger Z para derrotar la enemigo. En este caldo de cultivo ponzoñoso aparecen personajes del pasado que resultan ser claves para poner en valor el dinero incontrolado que se destina desde los poderes públicos para este particular. Casi todas las exposiciones temporales de los Museos Nacionales de arte están - de una forma manifiesta - orientadas a hacer ver que los que luchan por el progreso tienen un determinado perfil (totalmente manipulado) que no debe perderse de vista.

En esta línea se enmarca la exposición del Museo Nacional Thyssen Bornemisza sobre Macel Proust, que se puede visitar hasta próximo 8 de junio.

Para saber si una exposición es un bluf es imprescindible prestar atención a los cometarios de los visitantes, porque cuando hay un hilo conductor claro, hay detractores y admiradores, pero lo que dicen es consecuencia del relato al que van dando forma las obras de arte, no es el caso. El rumor de voces es enlatado y previsible.

La muestra tiene como objetivo poner en valor los gustos de Marcel Proust por las artes, y cómo esta faceta específica de su vida influyó en la escritura de su obra literaria más famosa, 'En busca del tiempo perdido'.


Si hay que haber leído - o no - la novela para disfrutar más de le exposición, sinceramente no lo sé, porque es un batiburrillo de ideas que van dando bandazos desde la exaltación de la amistad, hasta su condición de homosexual, pasando por la descripción - un tanto pobre - del mundo de los artistas que el tuvo ocasión de conocer. 

Pero claro, no se trata de poner en valor a la novela, que a todas luces es una obra maestra de la historia de la literatura, se trata de entretener y adoctrinar al público visitante valiéndose de ganchos que nunca fallan.

El primero de los ganchos es la aparición de pintura francesa de finales del siglo XIX y principios del XX. Esto siempre es 'bonito', maravilloso, porque nos muestra un mundo sofisticado e inalcanzable, una sociedad culta que irradiaba glamour a la humanidad. Todo esto es falso por múltiples razones, la primera y más evidente es que cuando el arte se 'industrializa' y es barato pintar, no todo es bueno. Por ejemplo, no todos los cuadros impresionistas - hay miles - son buenos, de hecho hay muy pocos buenos, es - para mí - uno de los movimientos más huecos y faltos de contenido de la historia del arte. 

En segundo lugar, esa sociedad sofisticada que deambulaba por los salones de París y que iba de vacaciones a coquetos hoteles en al borde del mar, se componía - como sucedía en todos los países de la tierra - de cuatro privilegiados ociosos. El grueso de la sociedad estaba compuesto por pobres y muertos de hambre. Nos han vendido una historia de superación artística que no hay por dónde cogerla. Pongamos como ejemplo a Paul Cézanne, inmensamente rico, hecho este último que no suele contarse cuando se habla de su vida. Claude Monet también provenía de una familia acaudalada. Cito a los dos más conocidos.

El propio Marcel, que admiraba Venecia a través de la pintura de Canaletto, fue un privilegiado que pudo viajar por Europa, mientras la mayoría de la población malvivía con prácticamente nada. 

Pero estos hechos, obvios para mí, se sortean y maquillan con la mezcla de tópicos: homosexualidad+sofisticación francesa+vida bohemia+glamour, que jamás fallan, da igual que la exposición no cuente nada, habrán llenado las salas del Thyssen durante cuatro meses y, de paso, habrán entretenido al público, deslizándole que los homosexuales son buenos, muy amiguitos de las mujeres y que España es un pobre país que tiene muchas lecciones que aprender, estas últimas serán impartidas por los ideólogos oficiales que viven de esto.

La prueba de que no se cuenta toda la verdad, está - y esto si que es incontestable - en la aparición de John Ruskin, por el que Marcel sentía una verdadera admiración. Me veo en la obligación de aclarar quién era este personaje. Este intelectual inglés odiaba a las mujeres, las maltrataba, era un tarado de manual. No digo que no tuviera una mente privilegiada, pero si se trata de poner en valor los tópicos que ya conocemos, sería bueno contar que sentía atracción por los/as jovencitos/as y que jamás tocó a su esposa (Effie Gray), sometiéndola a todo tipo de maltratos psicológicos que obligaron a esta última a abandonarlo, lo que la condenó al ostracismo y la condena social.

¡Claro que hay que hablar de Ruskin en la exposición! Pero contando parte de la verdad que esconde su tortuosa personalidad. Igual que la de Marcel Proust, que fue también un hombre atormentado. Pero todo esto queda desdibujado por pinceladas de eventos y relaciones que no acaban de cuadrar en el relato que quieren contarnos. Dar forma al pensamiento oficial (único que se puede expresar públicamente en 2025 si se quiere comer todos los días) inspirándose en el modelo social de hace cien años no es tarea fácil y, en un determinado momento, al comisario se le debió desenfocar el hilo conductor. Creedme que lo entiendo, demasiado ruido alrededor, demasiada gente opinando de todo menos de arte.

Pero las mujeres que, en el lluvioso día 8 de marzo, sujetan la pancarta del feminismo desconocen por completo los entresijos de una realidad que pasa por exaltar fantasmas, aupar a dementes y poner un valor modelos sociales caducos que nunca velaron por el bienestar de la mujer.

Me pregunto cuándo seremos capaces de crear un mundo para nosotras mismas, si los hombres son imbéciles... ¿O acaso no es obvio?
Leed mucho.
M.

domingo, 26 de enero de 2025

La Cripta de los Capuchinos

El universo de los apestados, de los que ya ni leen el periódico para no sufrir convulsiones o dolores de cabeza inhabilitantes, es harto complejo, requiere un atrezo especial, una reinvención continua y, en definitiva, una ideario lleno de florituras más o menos coloridas, pero alejadas por completo del pensamiento del común de los mortales.

A mí, como saben mis lectores, los mortales me provocan sueño. Soy una intelectual de pacotilla, sin posibilidad de ganarme la vida diciendo sandeces en ninguna plataforma, pero - aun así - tengo un alto concepto del poder de las ideas y la espiritualidad para transformar el mundo. Una batalla perdida como me recuerdan aquellos que entienden y respetan mis objetivos vitales. El resto no cuentan, no porque me aburran, sino porque hace tiempo que decidí no compartir mis ideas e inquietudes con ellos.

Reflexiono mucho sobre el poder de las palabras, sobre cómo entiendo yo determinados términos y cómo los entienden los demás. Pienso, por ejemplo, en la palabra 'aventura', término que nos evoca a terrícolas vestidos con trajes fabricados con petróleo y manufactura china, que incluyen en su maleta de viaje a la selva o a paraísos perdidos donde todos los turistas - sospechosamente - llegan. 

Nada puede aburrirme más. En este tipo de aventuras, además, es necesario formar parte de algo que - para mí - es absolutamente aterrador, el 'viaje organizado'. Días y horas compartiendo confidencias, más bien oyéndolas a grito pelado, porque nadie escucha, sólo emite monólogos insustanciales sobre su vida de nulo interés para nadie.

Cuando veo publicitadas este tipo de aventuras, siento que un escalofrío me recorre el cuerpo, para mí es un castigo divino. Y, como nunca sabes dónde puede llevarte la vida, rezo de forma compulsiva para que Dios me libre de semejante tortura. 


¿Qué es para mí una aventura? Buena pregunta y difícil de contestar. Creo - ante todo - que nuestro mayor reto es enfrentarnos cara a cara con nosotros mismos, y para ello se necesita soledad e introspección. No nos enseñan a estar en silencio, ni a aburrirnos, ni a anticipar aquello que debemos temer. En definitiva, no estamos alerta, no observamos, no leemos los signos.

(Tranquilos, que esto no es un blog de autoayuda ni de meditación chusquera).

Me doy cuenta cada día que - como parte de un plan perverso de aniquilación de la personalidad - nos someten a todo tipo de distracciones sin sustancia alguna, para que nuestra voluntad forme un magma compacto con otros destinos que nada tienen que ver con el nuestro. El ejemplo más obvio es el de las redes sociales, donde volcamos lo peor de nosotros mismos, escudándonos en el anonimato y en el volumen del ruido, donde nuestra personalidad se desdibuja inconscientemente.

¿Qué hay que hacer? Bueno, mejor. ¿Qué hago yo para caminar en sentido contrario y crear mi propia aventura? El plan perfecto, del que más orgullosa me siento cuando lo culmino, es leer un libro que lleve aparejada una ensoñación, un tema que me interese, o despierte algo que me reafirme en mi personalidad de outsider. 

Por ejemplo, leer 'La cripta de los Capuchinos' de Joseph Roth sabiendo que voy a viajar a Viena, teniendo siempre en mente la hecatombe que supuso para Europa el estallido de la Primera Guerra Mundial, el fin de los Habsburgo, el fin de esa idea de Viena como un compendio de intrigas y romanticismo, un mundo que fue barrido por el viento. 


Como una aventurera chusquera y desnortada, suelo mirar el mapa de lo que fue el Imperio Austrohúngaro antes de 1918, antes de que la ambición y la ceguera de los vencedores desmenuzaran los mapas para crear otros monstruosos y sin sentido que condujeron a nuevas desgracias, mayores si cabe. 

Y comienzo a deslizarme por la historia de la familia protagonista, los Trotta, una saga vinculada al destino del emperador Francisco José I, el marido de Sissi, ese apuesto enamorado, ese gallardo joven, que en realidad no vio como sus ideas trasnochadas hacían aguas por todas partes, murió antes de que su imperio saltara por los aires.

Cuando paso las páginas de esta novela, llego a convencerme de que ese era el mundo al que yo pertenecía, no a este tan desquiciado y científico. Y me diréis, pero si aquello acabó fatal, si la guerra fue espantosa y acabó con la vida de millones de jóvenes y sembró de tumbas toda Europa. Sí, lo sé, pero esa idea de la catarsis y la demolición de un mundo plagado de imperfecciones me atrae. Nuestro mundo va a acabar también, pero dudo que de la misma forma, vamos a desintegrarnos todos de repente, para dar paso a un nuevo comienzo de oscuridad y tinieblas y - de eso estoy segura - sin ningún testimonio heroico, sin ideales, sin alma. Las máquinas nos han hecho 'libres', y las máquinas nos matarán.

Todas esas turbulencias me quedan lejos, por eso puedo idealizarlas. Las que percibo cada día, no tengo forma de adornarlas, no son una aventura que pueda relatar, son el penoso resultado de la mediocridad humana. La crispación salvaje a la que nos ha conducido la relegación de nuestra espiritualidad al olvido.

En el último capítulo de la novela, el protagonista acude a la 'Cripta de los Capuchinos', ante la certeza de que ese mundo, el suyo, en el que él ha vivido, ya no existe, y - sin tener dotes adivinatorias - intuye lo que está por venir.

Por eso mi aventura, tiene que acabar necesariamente el la Cripta Imperial de Viena, la Cripta de los Capuchinos. Donde descansan personajes que han tapizado mis ensoñaciones y han dado forma al mapa de Europa durante siglos. Habsburgo españoles y austriacos que han sido silenciados, censurados, vencidos y apartados del relato histórico oficial.

Debo ir esbozando otro mapa, el de sus tumbas, el de sus vidas, debo ir marcando en el calendario de la Historia su momento, sus miedos y sus renuncias. Caminando entre sus tumbas, imaginando sus enfermedades y desencantos, llego hasta la tumba de Maximiliano I de México, y es cuando empiezo a llorar de forma desconsolada, porque soy consciente que he culminado mi aventura, he llegado a la cima de la montaña, al cráter del volcán, he comprendido una parte de mí misma, esa parte que conecta con los desventurados de la historia, los que buscaron su aventura, pero nunca llegaron a culminarla.

Este es, queridos lectores, el sentido último del devenir de nuestros destinos. Ese que nos libera del ruido y nos conduce a aquello que nos ayuda a conocernos mejor.

Leed mucho.
M.