Podéis verlo también en 'Guay del Paraguay'
Hago un llamamiento a aquellos que hayan vivido la época en la que sólo había dos canales de televisión, ‘La 1’ y ‘La 2’. Más sencillez conceptual, imposible. Bien, como recodaréis todas las emisiones seguían una regularidad cartesiana, y los sábados, a eso de las cuatro de la tarde, nos obsequiaban con una película de aventuras, una cada semana. Películas estupendas de las que no ha debido quedar ningún rastro en Televisión Española, porque ya no se ven. Tranquilos, no voy a poner de manifiesto que, ahora con cientos de canales, la televisión es una basura. Upppsss, lo he escrito. Pues ya no lo borro.
Hago un llamamiento a aquellos que hayan vivido la época en la que sólo había dos canales de televisión, ‘La 1’ y ‘La 2’. Más sencillez conceptual, imposible. Bien, como recodaréis todas las emisiones seguían una regularidad cartesiana, y los sábados, a eso de las cuatro de la tarde, nos obsequiaban con una película de aventuras, una cada semana. Películas estupendas de las que no ha debido quedar ningún rastro en Televisión Española, porque ya no se ven. Tranquilos, no voy a poner de manifiesto que, ahora con cientos de canales, la televisión es una basura. Upppsss, lo he escrito. Pues ya no lo borro.
De
entre aquellas películas había algunas que nos acercaban a la Inglaterra de los
siglos XVII y XVIII. Vale, no eran piezas de culto, pero lo cierto es que,
además de añadir a nuestro vocabulario palabras como ‘casaca’ (siempre me ha
encantado esta palabra), nos dieron a conocer a unos héroes que se abrían
camino cruzando los mares y poniendo un pie en América, de una forma novelada
un tanto absurda, no lo niego, pero cercana y entretenida.
Piratas
crueles, piratas justicieros, amores velados, islas abandonadas en medio del
océano, señores con peluca que no eran más que vulgares estafadores, y ladrones
de medio pelo que resultaban ser generosos y gentiles. Aventuras y más
aventuras. Puede que el mundo fuese así, plagado de coincidencias, enredos,
justas venganzas, y siempre triunfando la verdad y el bien. O que nuestra
inocencia de entonces nos hiciera quedarnos sólo con esto y no viésemos el
descarnado teatro que realmente se representaba.
Ese
teatro y esas aventuras se narran en 'El Plantador de Tabaco' de John Barth. La
inocencia del protagonista, Ebenezer (Eben) Cooke, Poeta Laureado de Maryland,
os va a deleitar de principio a fin. Gracias a este libro conoceréis la
filosofía de Newton, la vida en Londres a finales del siglo XVII, las ciudades
sin ley de Maryland y - me atrevo a decir - del resto de los incipientes
Estados Unidos, luchas de religión y entre indios y
europeos, costumbres caballerescas y lengua inglesa.
Hablando
de caballeros, ¿recordáis cuando nos hablaban del Quijote en el Colegio? Nos
enseñaban que su importancia radicaba en su genial trama y en que Cervantes
había dado forma a la novela moderna, tal y como hoy la conocemos. Pues bien,
este libro es un claro ejemplo del primer matiz. Eben es, al igual que Alonso
Quijano, un anti-héroe. Los desvalidos y repudiados por la ley, son gentes de
bien, llenas de generosidad. Modelos a seguir, 'quijotes' estrafalarios. Las
'putas', palabra que Barth usa sin rubor, son el eje conductor de gran parte de
la trama. En el segundo capítulo del Quijote, cuando éste sale por primera vez
de su tierra, sólo unas mujeres de mala vida son capaces de sentir
conmiseración hacia él. Mientras que sacerdotes y caballeros apalean al pobre
anciano sin piedad. Creo que el autor tenía este pasaje en su cabeza cuando
escribía 'El Plantador de Tabaco'. Eben sale por primera vez en su vida de
Inglaterra con rumbo hacia Maryland para ser engañado y despojado de sus bienes
e inocencia una y otra vez.
Al
igual que en el caso de Alonso Quijano, las únicas armas de Eben son sus sueños
y sus fantasías. No es tonto, sólo un soñador que ve el mundo tal y como lo
veíamos nosotros en las películas de los sábados por la tarde.
No
puedo acabar sin alabar la traducción de Eduardo Lago. Matrícula de honor. Para
mí el traductor es tan importante como el escritor. En este caso me atrevería a
afirmar que la traducción es mejor que el texto original. Impregna cada párrafo
de sensibilidad y conocimiento. Palabros, arcaísmos y tecnicismos están
magistralmente utilizados. Para llorar de emoción al leerlo.
Os animo a leer el libro y a intimar con Eben Cooke.
Retrocederéis en el tiempo de una forma maravillosa.
Madrid, Octubre 2015.
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