12Oct2024, 532 años de la llegada de Cristóbal Colón a América, a una isla (lo he consultado en Wikipedia, porque nunca estoy segura de este dato) en las Bahamas que se llama actualmente Guanahani, a la que Colón bautizó como San Salvador.
El estupor de los habitantes de la isla al ver desembarcar a unos melenudos, atufando a sudor y comidos los dientes de escorbuto, debió ser mayúsculo. Los marineros también debieron alucinar lo suyo. Sobre el motivo que llevó a la Reina de Castilla a financiar la expedición se han escrito muchos libros y teorías, pero las razones que empujaron a unos cien hombres (mujeres no fue ninguna), a meterse en unos barcos enanos, llenos de humedad, con provisiones escasas y sin tener ni puñetera idea de cuál iba a ser el propósito real del viaje, creo que no se ha estudiado lo suficiente. Hay que ser muy corajudo para acometer tal aventura. Ni drogada y sometida a las más terribles torturas hubiera participado yo en aquel viaje.
Los imbéciles reduccionistas afirman rotundamente que el motivo fue dinero, la avaricia y el fanatismo religioso, en fin, hay que tener cero neuronas para no darse cuenta de que el futuro de la expedición era más que incierto y que había muchas papeletas para acabar sepultado en el fondo del mar o algo peor. En el siglo XV el conocimiento sobre otras ciudades más allá de la propia donde se residía era escaso. Que la tierra era redonda se sabía desde hacía mucho, de ahí a conocer la ubicación exacta de las minas de Potosí había un abismo tan grande como el propio universo.
En los últimos años se han publicado decenas de libros en defensa de España y de su papel en América y – por extensión – en la historia de la humanidad. Esto incluye, como es obvio, un argumentario extenso contra la Leyenda Negra que nos persigue aun hoy y contra las mentiras - que nadie discute y se dan por ciertas – inventadas por ingleses, holandeses y – por encima de todos los sátrapas despreciables – franceses.
María Elvira Roca Barea y Marcelo Gullo son los mayores generadores de divulgación en defensa de lo que fuimos y de lo que ya nunca llegaremos a ser, tal vez no haga falta – ya en el siglo XXI - liderar revoluciones, cambiar fronteras, alfabetizar pueblos, abanderar movimientos religiosos, cerrar matrimonios ventajosos para perpetuar linajes…, quizás no, pero un poco de orgullo no nos vendría mal, un poco de sustrato cultural sobre lo que significamos en el contexto de los avatares terrestres que, siglo tras siglo, han sido convulsos, violentos y llenos de terror, impiedad y miedo.
La inexistencia de pensamiento crítico (empezando por uno mismo) es el origen de la creación de sentencias históricas que todo el mundo da por válidas. Hay una serie de frases que se dejan caer en conversaciones para refrendar escasos conocimientos sobre una realidad diversa e inconmensurable que se llama España, y que lleva llamándose así desde hace siglos, no pueden decir lo mismo otros países que sacan pecho sobre su estabilidad y su buen hacer, como Alemania que en el siglo XX ha visto como sus fronteras han cambiado varias veces, tras someter a otros seres humanos a hambre, miseria y exterminio.
Virtud de la mediocridad de nuestras élites y de la inoculación del pensamiento de izquierdas en determinados estamentos sociales, la destrucción y enturbiamiento de nuestros logros forma parte del ideario necesario para no ser un apestado social, un excomulgado. No deja de tener gracia (en realidad es muy triste) que un ser humano – el español medio – crea ser mejor llenando de oprobio y mientes a sus antepasados, de los que él es consecuencia y producto. Los intelectuales radicales de izquierdas (progresistas, como ellos se llaman) defienden la estrategia de tierra quemada, hay que acabar con todo para alumbrar un mundo nuevo, mejor. Pero eso es IMPOSIBLE, porque Hernán Cortés, existió. Pizarro, existió. Los Jesuitas, existieron. Fray Junípero Serra, existió. Blas de Lezo, existió. El Imperio Español, existió. El hecho de que cientos de millones de personas hablen español, existe. La violencia contra otros pueblos existe, ha existido y existirá. En el siglo XVI la Escuela de Salamanca afirmaba que todos los hombres eran iguales. En el siglo XX, hace cuatro días, Hitler afirmaba en mítines, aclamado por masas enardecidas, la existencia de infrahombres, seres que no merecían vivir y que había que exterminar sin contemplaciones. Pero vemos incivilidad y subdesarrollo en nuestra historia, porque eso es bueno, eso nos hace progresar.
Decía Franco que los españoles somos ingobernables. Pero él siguió gobernándonos, hasta su muerte. No se planteo irse. Era un masoquista, claramente. Esta idea de ser chusqueros, seres inconsistentes, sin remedio, una anomalía en medio de naciones civilizadas – que han demostrado ser mucho más crueles y depredadoras – está tan asentada en nuestro concepto de España, que nos hace tremendamente vulnerables y nos pone a merced de nuestros enemigos, sin que tengamos la más mínima defensa intelectual para poder mantener -aunque de forma precaria - nuestro barco a flote.
Para controlarnos, para manipularnos, para que lleguemos a no ser nada más que hojarasca empujada por el viento, la idea de nuestra grandeza debe ser despojada de todo contenido, de lo bueno y de lo malo. No debe quedar rastro de Colón, ni de los Austrias ni de nada que consiga colocar los cimientos de un edificio precario, pero que nos sostenga ante lo que está por venir.
No pretendo avivar el patriotismo peliculero y populista, sólo quiero que nos paremos a pensar dónde estuvimos y donde queremos acabar.
Leed mucho.
M.