Es verano, y - como ya he dicho en alguna ocasión - prolifera el oportunismo literario. Miles de novelillas emergen a la superficie, no hay otro momento del año en el que se lea más, al menos en teoría. Famosillos de tres al cuarto aparecen leyendo en la playa, o en la cubierta de algún barco, mientras dejan volar su imaginación hacia lugares lejanos, donde héroes atormentados y con vidas oscuras, desentrañan misterios de toda índole, especialmente resuelven asesinatos. Es un no parar, si sumáramos los muertos de las novelas de misterio y los de las series de televisión de la misma temática, nos quedaríamos sin habitantes en la Tierra, y el coronavirus dejaría de ser noticia.
Repasemos, así que me vengan a la cabeza sin profundizar mucho, tenemos detectives en Mongolia, en plena Edad Media en el Reino Unido, en medio del frio sueco hay una proliferación que no es normal, me da por pensar que todos los suecos son detectives. Tenemos también investigadores perspicaces en la Rusia zarista, en la Grecia moderna, en Estambul, en la Viena anterior a la Primera Guerra Mundial, en Francia también hay muchísimos pululando por las calles, tanto profesionales como aficionados, en Sicilia... Por citar algunos fuera de España.
En España la proliferación raya lo preocupante, cito sólo tres. Tenemos la serie de 'El legado de los huesos' de Dolores Redondo, una basura pura y verdadera, sólo leí el primero y no me quedaron ganas de continuar perdiendo el tiempo. Juan Gómez-Jurado, bastante mejor que Dolores, con más pulso, perspicacia y sin el lastre del adoctrinamiento político. Y por último la sensación literaria del mundo detectivil, Carmen Mola, la protagonista de esta serie de novelas (tres hasta la fecha) es una policía madrileña, bastante castiza, que observa con escepticismo la violencia y la maldad humana. Sólo he leído el primer libro, 'La novia gitana', y me gustó bastante. Algo macabro y exagerado, eso sí.
Todos, españoles y foráneos, están a años luz del mejor detective de todos los tiempos, que reúne todas las cualidades posibles para calificar a una mente como brillante, deductiva, perspicaz, aguda, arriesgada, transgresora, y políticamente incorrecta, sí, hablo de Sherlock Holmes. Soy una fan rendida, creo que he leído sus aventuras al menos una decena de veces, es elemental para separar la paja del trigo en el mundo del misterio haber leído estos libros.
Todos los escritores de folletines detectiviles sueñan con encontrar la fórmula mágica Sherlockiana, pero este hito no ha sido conseguido por nadie hasta la fecha, con la excepción quizás de Hércules Poirot.
A esta mezcla obsesiva de crear detectives como forma - muy honorable - de ganarse la vida, le han salido competidores que luchan encarnizadamente por ocupar el lugar más alto entre los más vendidos, escritores que aparecen como las setas en otoño, creadores de un tipo de literatura que denominaré 'reinvención del pasado más cercano'. Este fenómeno es especialmente notable en España (desconozco cómo será en otros lugares). Consiste en reescribir la vida cotidiana de los últimos 60-70 años, dotándola de elementos estrafalarios que nunca han existido - por lo general - en las vidas de la gente corriente, bajo el paraguas de las teorías conspiratorias con las que nos bombardean cada día, tales como la falta de libertad de expresión y la pobreza espiritual del pasado... Esto es venta segura. Os animo a que lo intentéis si queréis ganar unas perrillas.
En los países donde no hubo comunismo, la reinvención se hace de forma novelada, se crea - con beneplácito del público y crítica - un universo híbrido donde todo es opresivo y oscuro hasta que llegó la 'democracia', esa panacea que convierte a todos los personajes de un mundo anterior en algo ridículo. La inocencia previa también se convierte en algo turbio. Esta reinvención no existe en los países que estuvieron bajo el yugo comunista, lo que se publica son ensayos escritos por historiadores que revelan con toda crudeza la extorsión y el miedo. Novelar tal magnitud de muerte y miseria de forma poco realista sería hipócrita. Un habitante de la Unión Soviética, de Rumanía o Hungría durante los años cuarenta del siglo XX, no era naif, ni estaba ciego, ni era ridículo mientras participaba en desfiles sonrojantes exaltando a Stalin, era simplemente una pieza de la historia. O - como el mismo Stalin dijo - 'un muerto es un asesinato, miles es estadística -. Gran frase, qué duda cabe.
Las novelas no pueden mostrar un mundo novelado de buenos y malos, porque todos estaban en el mismo saco, no había otro. El lado de 'la verdad'. Hubo escritores que se atrevieron a denunciar un mundo hostil y terrorífico, Vasili Grossman o Boris Pasternak, pero fueron silenciados y hostigados.
En España, repito, el caso que más conozco, los escritores republicanos que desde el exilio criticaron abiertamente a Franco no se conocen, casi no se enseñan en las escuelas, ni sus maravillosos libros están visibles en las librerías. Hablo de Ramón J. Sender, Arturo Barea o Antonio Machado, por citar a los más conocidos. Se habla de ellos, se les exalta cuando conviene políticamente, pero pocos han leído sus libros. Conocemos la dictadura y la Guerra Civil de la mano de manipuladores profesionales, tanto de un bando como de otro. Franco no era un visionario, era un tipo miserable, cerril y oscuro. Pero ese mundo, esas personas que fueron jóvenes durante aquellos años, no son las que aparecen en series de televisión y libros escritos en el siglo XXI. Al igual que un fraile benedictino de la Edad Media, no puede resolver asesinatos usando razonamientos del siglo XX, pero vende - y mucho -.
Victima también en cierta forma de la reinvención de la historia fue Sándor Marai. Húngaro de nacimiento, y protagonista en carnes propias de todos los horrores del siglo XX. Al ser una persona ecuánime, crítica con todo y todos, conocedor de la mezquindad humana, le fue mal, y acabó suicidándose en 1989. Los comentarios inteligentes en un entorno hostil son castigados severamente. Criticó con igual dureza el fascismo de Hitler y el comunismo al que se vio arrastrada Hungría tras la Segunda Guerra Mundial. Mal, mal. Esto no se puede hacer. Hay que seguir las directrices del adoctrinamiento y presentar al mundo como quieren que lo veamos. En su libro 'Confesiones de un burgués', esboza sus ideas con sorprendente pragmatismo, un tour por una Europa que da los pasos para sus catarsis sucesivas. Un gravísimo error, porque no pudo vivir en Hungría y sus libros fueron estigmatizados durante cuarenta años. Que se prohibiera en su país natal, es comprensible, al fin y al cabo el comunismo estaba creando a un hombre nuevo, a una sociedad nueva. Marai era un retratista del enemigo burgués, no interesaba. Pero lo del resto de Europa no tiene excusa, bueno sí, en ese momento no era adecuado para el mensaje y el adoctrinamiento que se perseguía a nivel global, a saber, que la sociedad de los países comunistas, previa a la implantación de sus ideas, era horripilante, decadente, caduca, que hacía al hombre infeliz y lo llenaba de oprobio. A mi en el colegio me contaban esto, lo recuerdo perfectamente.
Los personajes de Marai son reales, sofisticados algunos, cultos otros, también mezquinos, decadentes..., pero los conocemos y nos sumergimos en sus vidas gracias a una aguda percepción y una habilidad narrativa única. La verdad no interesa. O sí, porque ahora el mensaje es otro, ahora la consigna es: "LA DEMOCRACIA solucionará todos nuestros problemas". Las dictaduras (ahora cuidadosamente casi no se diferencian, no vaya a ser) y los modelos sociales del siglo XX son lo peor. Con estas premisas, Marai se convierte en la pieza perfecta, porque su descripción social ecuánime - hábilmente presentada y convenientemente manipulada - respalda la visión torticera de que el hombre del siglo pasado es algo ajeno a nosotros, un idiota perdido.
Estos días de verano he leído 'La Herencia de Eszter', tan húngaro, tan delicioso. No entiendo como un libro así pudo estar prohibido, pero claro, el comunismo vio y sigue viendo enemigos donde no los hay. Si se estigmatizaba a un escritor conllevaba la lapidación completa de su obra.
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