lunes, 29 de enero de 2018

Feliz con mi dispersión mental....

Felicísima estoy. Como una perdiz en pleno vuelo. Resulta que hace una par de semanas, aquí en Madrid, representaron una obra de teatro que duró 24 horas y hubo de todo, sexo, improvisación, violencia... Y lo que se les iba ocurriendo sobre la marcha. Todo ambientado en el Monte Olimpo, porque son los dioses - malísimos - los que se tomaban estas libertades. Y los hombres, como en realidad son actores haciendo de dioses, eran eximidos de toda culpa ante el esperpento.

Yo tan contenta, porque ahora daré un paso más en mis creaciones literarias sin que nadie me diga que estoy dispersa y que peco de incoherencia. ¡Resulta que es tendencia! Hay gente que se encierra durante 24 horas y duerme en el suelo, para ver una obra de teatro en idiomas varios (exceptuando el español), que no puede soportar del truño que es y sale tan contento del teatro. La prueba está en que sólo un individuo logró aguantar la tortura mental y corporal del evento hasta el final. El resto salió por patas, alabando sin rubor lo original de la puesta en escena.

Este episodio de la vida invernal en Madrid, me da pie a permitirme la licencia de mezclar arte con bares de tapas, moda con asuntos planetarios y literatura con psicología de pacotilla, sin que me remuerda la conciencia, ni piense que estoy haciendo algo estrambótico y falto de sustancia. La sustancia está en lo insustancial, en lo transgresor, en el tontuno puro y duro. Un cuadro de Van der Weyden no tiene nada de particular, un imbécil sodomizando a otro en un escenario emulando a un dios viciosón, sí. Pues nada, a no desentonar.


Ahora, cuando tras un paseo matutino, entre al Museo del Prado y me dedique a contemplar el cuadro de "El Descendimiento", alejaré de mi mente lo trascendental, lo geométrico, lo piadoso, lo virtuoso, la combinación de colores y lo sublime. Imaginaré un escenario diferente, el de una Virgen María que no se desvanece dejando su túnica azul a merced del gesto, sino que debajo de su ropaje, esconde a una viciosa que arde en deseos de fornicar con San Juan, que la sujeta, pero que sólo piensa en drogarse y arrancarle la túnica, si se les une María Magdalena, mejor que mejor. No pensaré en uno mundo lejano y espiritual, sino en uno presente, diverso, espontáneo, libre. Y yo - que soy dispersa por naturaleza - me imbuiré de lleno en él. Sabiendo que las cosas - cuando conviene - se mezclan sin rigor, y que eso es lo adecuado, lo moderno. Que hay ciertas líneas de pensamiento que son las que valen y que - las otras, las antiguas, las que nos han ayudado a ser como somos y pensar como pensamos - hay que destruirlas.

¡Pena que no dejen entrar al Museo cuchillos y pinturas! Porque - ya de paso - podría destruir el cuadro. Este y otros. Son un peligro. Podrían intoxicar nuestro intelecto con ideas antediluvianas y perniciosas.

Ahora en serio, me pregunto si siempre es necesario provocar para triunfar. El motivo por el cual, cuando ves el mundo como una globalidad equilibrada, colocando cada pieza en su sitio con un sigiloso respeto, eres un bicho raro. Construimos emociones intensas, pero tan desprovistas de sensatez que resultan anodinas, y no dejan huella alguna. Dentro de cien años, masas de turistas y no turistas, seguirán contemplando "El Descendimiento", pero no creo que busquen referencias de esperpentos provocativos. 

Algo injusta sí estoy siendo, porque yo no vi la obra, y no puedo opinar, además confío poco en las reseñas periodísticas. Podéis - si vuelven - ir a verlos actuar, yo no creo que vaya. Mientras me iré a ver la exposición de Mariano Fortuny en el Museo del Prado. Mucho más interesante e instructiva. 

¿Veis? Pongo en práctica la dispersión transgresora, ahora estoy analizando la pintura de Fortuny, así de repente, sin venir a cuento. Al grano. Hubo, durante los siglos XIX y XX, dos corrientes de artistas e intelectuales en Cataluña (ahora no hay ninguna, porque se han vuelto majaras todos), unos muy catalanes (Gaudí, por ejemplo) y otros muy españoles, amantes de todos los topicazos patrios, la gitana, el anís del mono y los toros. Ramón Casas, Miró o Dalí, estarían en este grupo. A Miró se le nota poco, porque como le dio por pintar cosas raras, resulta más complicado pillarle el momento torero, pero el pobre, harto de escuchar sandeces salió por patas de allí y no quiso saber nada de la tierra que le vio nacer. ¡Si viviera ahora fliparía!

Dentro de este último grupo, también estaba Fortuny. Nacido en Reus en 1838 y formado en Barcelona, se vio alejado del 'devenir catalán' por una participación directa en la historia de España del siglo XIX, fue corresponsal en la Primera Guerra de Marruecos (otra contienda en la que no se nos había perdido nada, pero en esto no me voy a meter) dentro del regimiento del general Juan Prim, y allí captó perfectamente dos cosas, una la luz y el exotismo de aquellas tierras (a las que volvería, ya en tiempos de paz), y dos la chapuza y quijotismo que acompañan siempre a los españoles, pero a él le agradó y se sintió perfectamente identificado. Ayudó, claro, que se casara con una hija de Federico de Madrazo, que entre sus amigos cercanos se encontrasen figuras literarias y artísticas como Pedro Antonio de Alarcón o Eduardo Rosales y que viajase por Europa, lejos de la contaminación mental patria. Esto último, no se puede aguantar... ¡Qué especímenes han poblado y pueblan la Península Ibérica! Que ha habido hombres y mujeres brillantes, no lo duda nadie, pero que no les han dejado brillar, eso es un hecho... ¡Lástima que a mediados del siglo XIX no hubiese representaciones teatrales como 'Monte Olimpo'! Todo hubiese sido de otra manera. Los catalanes habrían representado el papel de los dioses viciosones que observan todo con hilaridad prepotente, y hubiesen acabado sumidos en una nube de sopor divino, compuesta de drogas, mentirijillas y alcohol. 

Nosotros, los castellanos, dormiríamos en la platea, asistiendo con cierto estupor a las polladas que nos representasen desde el escenario, hablando los actores/dioses en catalán. Esto si que no se duda, lo dioses hablan y entienden todos los idiomas, hasta las lenguas muertas, por eso son dioses.

¡No no no! No me estoy dispersando, es la transgresión, lo audaz...

Afortunadamente Fortuny no se encontraba en el grupo de los actores/dioses, era humano y un excelente pintor. Inmenso. Lástima que muriese a los 37 años. 

Cualquier pintor del XIX en el que podáis pensar, no es ni comparable con él. Es sensible y penetrante. Capta con singular agudeza la luz. Domina la perspectiva, y consigue - con su pincelada suelta, dotada de su propio concepto velazquiano - un efecto suave y armonioso, como flotante. Es un grande entre los grandes, ningún pintor francés de la época, de los que - según los sabios - marcaron la senda de las vanguardias de principios del siglo XX, le llega ni a la suela del zapato. 

Es una afortunada mezcla entre el academicismo del XIX y una incipiente deriva impresionista de juegos de color. Yo creo que se debe a dos razones, su total dominio de la perspectiva y la inclusión de su propio bagaje personal en la temática de sus obras. Al ver sus cuadros, no te abandona la sensación de que quiere/necesita romper el cascarón de la linea cerrada y la precisión académica, pero - por causas que nunca sabremos - no quiso hacerlo.



Como buen admirador de Velázquez y Goya que era, no hay temática religiosa en su pintura. Por eso, no estaría en el escenario de los Dioses del Monte Olimpo. 

He aquí mi - breve - análisis. Por favor no perdáis la oportunidad de ir al Museo del Prado a ver la exposición.

Leed mucho y sed transgresores.
M.



No hay comentarios:

Publicar un comentario