domingo, 18 de diciembre de 2016

Mendoza y el Ilustre Caballero de la Triste Figura.

He tenido ocasión de hablar con Eduardo Mendoza dos veces. Es un tipo tímido, poco expansivo y humilde. Sorprendido cuando lo reconocen y poco amigo de hablar de sí mismo. Narraré en pocas palabras estos dos encuentros.

El primero de ellos tuvo lugar en Barcelona, allá por el año 2008. En un restaurante/escuela cuyo nombre no recuerdo, comandado por un judío (aporto este detalle porque cuando se paseó por las mesas para preguntar qué tal estaba todo, dejó caer ese detalle varias veces) y que casi seguro estaba por la Vía Laietana. Yo había ido por trabajo, y tras soportar unas soporíferas charlas en las que mi entonces esnob jefe se pavoneó como un idiota, nos fuimos a gastar el dinero del accionista (trabajo para una Sociedad Anónima) a este restaurante de relumbre y distinción. Y mira tú por donde, justo detrás de mi estaba Mendoza. Yo no lo había visto, pero mi jefe, sí. Nos lo hizo notar y nos prohibió ir a saludarlo, dando como excusa que - tal vez - al escritor no le gustase. Yo enseguida comencé a pensar como saltarme la prohibición, ya por entonces Mendoza era uno de mis escritores imprescindibles, de esos que citas una y otra vez en conversaciones casuales. 

Mi jefe (no ha muerto, pero se jubiló hace algunos años) era un tipo al que le encantaba escucharse a sí mismo. Se creía cultísimo y patinaba sin parar sobre lodos varios porque - sin ser tonto - estaba lejos de ser un genio. Era una especie de dictador esnob y grotesco que no hubiera soportado que uno de sus subordinados - al hablar con Mendoza - hubiera puesto de manifiesto algún tipo de superioridad, por microscópica que esta fuese.

Temblando de pies a cabeza, me acerqué a saludar a Mendoza y de paso caí varios peldaños en el organigrama de la empresa. Lo que no sabían mis superiores (creo que no lo han sabido nunca) es que caer en el abismo me importaba un bledo, siempre que tuviera la ocasión de charlar un rato con el escritor de 'La verdad sobre el caso Savolta'. Para las personas que ven su vida pasar a través de las decisiones estúpidas de otros, que se ofrecen a chupar miembros viriles en comidas de Navidad con tal de tener un puestecillo pirrioso en una Organización de mierda, esto es difícil de comprender. Ellos sólo verían al compañero de Gurb, en sus andanzas por Barcelona justo antes de los Juegos Olímpicos de 1992, como a un ente incomprensible e incatalogable. No a un alienígena que saca a al luz todas nuestras miserias y nuestros absurdos. Pero el que se rodea de inmundicia es incapaz de distinguir ni discernir nada entre el lodo de la estupidez. 

Esa sinrazón constante y esperpéntica es fabulosamente retratada por Eduardo Mendoza, da igual el libro suyo que caiga en tus manos, en todos subyace una fina crítica sobre un mundo - el nuestro - que se mueve por impulsos irracionales y ridículos.

09.55. Bajo la apariencia de Julio Romero de Torres (en su versión con paraguas), me naturalizo en el bar del pueblo, me arreo un par de huevos fritos con bacon y hojeo la prensa matutina. Los humanos tienen un sistema conceptual tan primitivo que para enterarse de lo que sucede han de leer los periódicos. No saben que un simple huevo de gallina contiene mucha más información que toda la prensa que se edita en el país. Y más fidedigna. En los que acaban de servirme, y a pesar del aceitazo que los empaña, leo las cotizaciones de bolsa, un sondeo de opinión sobre la honradez de los políticos (un 70 por ciento de las gallinas cree que los políticos son honrados) y el resultado de los partidos de baloncesto que se disputarán mañana. ¡Oh, cuán fácil les sería la vida a los humanos si alguien les hubiera enseñado a descodificar!
"Sin noticias de Gurb" 1991.

La segunda vez que charlé con él fue en el hall del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Él paseaba solo, y esta vez- sin soportar la presión de la estupidez - le saludé de forma casual. Me dijo que le gustaba Madrid y que le extrañaba que alguien le comentase que le gustaban sus libros, porque la realidad era que no se vendía ni uno, con un tono entre sarcástico y melancólico. 




Y así, llegamos a Noviembre de 2016 y Eduardo Mendoza gana el Premio Cervantes. Para mí el más importante premio literario que existe. Había antes otro premio que era relevante, el Nobel, pero desde que se lo otorgan a seres que no han escrito en su vida un libro, dejó de tener valor. Confieso que cuando leí la noticia sentí una alegría inmensa. Por decirlo de forma sencilla... ¡Me encanta como escribe! 

- ¡Me sobra de todo para cantar en el Liceo, colgajo de mierda!
- ¡Te sobra finura, putarranco! - aulló el vejete.
- Muchas quieran tener de lo que a mi me sobra - gritó la cantante y se sacó por encima del escote una tetas como tinajas. El vejete se abrió los pantalones y se puso a orinar burlonamente. La cantante dio media vuelta y se retiró bamboleante y digna. Sin esperar aplausos. Al llegar a las cortinas, tras el piano, se giró en redondo y dijo solemne:- ¡Te parieron en una escupidera, marica!

(...)

JUEZ DAVIDSON: ¿Fueron al cabaret en busca de esparcimiento?
MIRANDA: Oh, no.
J.D.: ¿Por qué dice "oh, no"?
M: No era propiamente un cabaret.
J.D.: ¿Qué quiere decir?
M: Era un antro asqueroso. Un vertedero.
"La verdad sobre el caso Savolta" 1975

Sí, lo sé. Es genial.

¿Es justo comparar a Mendoza con otros ganadores del Cervantes como Vargas Llosa, Fernando del Paso, Delibes, Roa Bastos...? No. Quizás su literatura no sea tan intensa, ni tan minuciosa. Su prosa es más ligera y permeable. Te sacude de risa y - al segundo - te provoca el llanto sin darte cuenta. 

Entonces, ¿por qué Mendoza? Mi explicación se sustenta en los dos fugaces encuentros que mantuve con él. En su timidez y en su equilibrio sosegado y contagioso.

Mendoza encarna al Caballero de la Triste Figura, al observador sigiloso y certero de un mundo quijotesco. Es el retratista de los que no pueden pagar el precio de su dignidad, de los que pierden el sentido de la proporción en una sociedad que olvidó los motivos de sus luchas, renunciando con ello a cualquier logro loable.

Nadie mejor que él para ganar un premio cuya figura central es un Caballero Andante anacrónico cuya locura encierra la verdad y cuya búsqueda de ideales nobles e inalcanzables, es imposible en una sociedad injusta.

Leed mucho.
M.












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