jueves, 28 de enero de 2016

Esperando a Herr Nobel.

Entre los 'siempre nominados' para el Premio Nobel está Haruki Murakami. Desde ya manifiesto públicamente que jamás había leído un libro suyo. 

Me he enfadado cada vez que le han dado el Nobel a un desconocido y añadido la coletilla: ¿Cómo no se lo dan a Murakami? ¡Vaya injusticia! (Y eso sin leer ni un libro suyo, ¡tiene mérito y desinterés por mi parte!). Tal postura tuvo una consecuencia, que me preguntaran qué era lo que me gustaba de sus libros. ¿Qué contestar? ¡Si no había leído ninguno!

Tenía que poner remedio a semejante impostura. Y empecé por el más conocido. 'Tokio Blues' (Norwegian Wood). Y entonces entendí perfectamente por qué no le han otorgado este galardón.



Pongámonos en situación. Los japoneses fueron realmente malotes en la Segunda Guerra Mundial. En el Pacífico hicieron estragos y no tenían pensado rendirse ni remotamente (son un poquitillo fanáticos y cuadriculados). La Guerra había acabado en Europa en mayo de 1945. Ellos a la suya, sin posibilidad de ganar nada y de perder todo, obedecían órdenes desesperadas. Los aliados (bueno, Estados Unidos) vieron claro que no había forma humana de que se rindieran, y tuvieron la 'genial' idea de achicharrarlos con dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. El Emperador le vio ya las orejas al lobo, y junto con sus generales, tomó la decisión de dar por terminada la guerra. 
(Nótese que los que se desintegraron bajo las bombas fueron los pobres desgraciados que estaban deseando que se acabase el infierno de la contienda. El que se obstinó en prolongarla acabó sin un rasguño, un ejemplo de que la vida es - sin duda alguna - injusta a más no poder).

Los retos y desencantos vinieron en cadena, había que reconstruir un país en el que no había quedado ni una brizna de paja indemne y - para colmo - los americanos, que no se fiaban de ellos, decidieron ponerlos bajo su tutela directa (estaba justificado, creedme). Esto era una tragedia sin precedentes, Japón es un conjunto de islas (obvio) y como tales habían creado durante siglos una específica identidad cultural que tenía como cabeza visible al Emperador,  que era directamente Dios. Como por arte de magia, gran parte de sus tradiciones desaparecieron, el Emperador pasó a ser un humano casi-normal y otros individuos que hasta hace dos días eran el enemigo y que no tenían ni idea de japonés ni de historia de Japón, decidían lo que había que hacer (esto para un isleño era terrorífico).

Esta opresión se prolongó hasta abril de 1952, porque tuvieron suerte (habían aparecido otros malos en el panorama mundial) y se portaron bien. No hace falta decir que la suma de la Guerra y la ocupación de Estados Unidos, marcaron a varias generaciones. Y a fuego.

¿Qué dice Murakami de todo esto? Nada. ¿Cómo se refleja el cambio de rumbo en la historia de Japón en este libro? Directamente ni se menciona ni se hace sentir. 

Lo estoy viendo, seguro que muchos piensan: '¡Pero si describe un triángulo amoroso a principios de los años setenta! ¿Qué tendrá que ver con el rollo anterior! Pues muchísimo. Los libros no sólo hay que leerlos, hay que ponerlos en contexto.

Efectivamente, Watanabe (el protagonista absoluto de la novela) salta de un triángulo amoroso a otro sin comerlo ni beberlo. El primero, el compuesto por su mejor amigo, la novia de este, llamada Naoko y él. El segundo lo componen, Naoko, Midori y él. Naoko no anda muy bien de la cabeza, es normal, la pobre sufrió algún que otro shock en su juventud. Es ella la que sirve de bisagra a dos estadios en la evolución de la vida de Watanabe. Midori es una chica especial y también compleja, prototipo de su época. Bien, estas situaciones, tal y como están contadas, pueden producirse en Tokio, en San Francisco o en Madrid. No hay nada (excepto lo que se refiere a la alimentación) que sea típicamente japonés.

La novela describe un modo de vida claramente occidental. Cabe hacernos entonces las siguientes preguntas: ¿Murakami ha olvidado el pasado? ¿No le importa? ¿Quiere ser un escritor universal? ¿Quiere poner sólo énfasis en los sentimiento y en el devenir de la existencia?

Si comparo a cualquiera de los tres Premios Nobel citados anteriormente en este blog, (Vargas Llosa, García Márquez y Undset) con Murakami y en concreto con este libro, se me queda muy pobretón.

Undset describe su cultura nórdica con tal maestría que hace que veas a los noruegos de otra forma. La magia de la selva te hace llorar de emoción al leer a García Márquez y Vargas Llosa nos muestra su Perú, el de un literato casi autodidacta. 

Murakami, con el siglo XX a sus espaldas, desperdicia una oportunidad única para mostrarnos a los hijos de la Guerra despertando en un nuevo Japón.

Con todo, por favor, leed el libro y disfrutad de su música. Es decir, la genial descripción de la música occidental de la época. 

Por cierto, el título 'Norwegian Wood' es una canción de los Beatles.

M.

viernes, 22 de enero de 2016

Buenas noches, Venerable Jorge

El reto más difícil desde que empecé a dar forma a este blog, hacer un comentario sobre el libro que más veces he leído. No es mi favorito, bueno sí, sí lo es. Voy a decirlo sin tapujos.





Muchas son las razones que me llevan a afirmar que es una Obra Maestra (con mayúsculas), una gesta que Umberto Eco no ha sido capaz de repetir. Lo ha intentado con denuedo, pero con resultados dispares. Un libro así, tan completo, sólo se escribe una vez en la vida. Después Eco no ha dejado de ser rehén del pasado. Un pasado en el que volcó todo su conocimiento sobre teología, órdenes religiosas, filosofía, historia medieval, razonamiento lógico, novelas de Sherlock Holmes, antropología, geografía, herejías del medievo, Papado... En fin, un ingente compendio del saber. Da igual cuantas veces acometas su lectura, siempre aprenderás algo.

Umberto Eco dijo en su momento, que escribió el libro pensando en todo tipo de lector. El espectro que va desde los muy cultos hasta los que - simplemente - buscan entretenerse con una novela de misterio. Estos últimos pueden pasar de puntillas por Aristóteles, Platón y las herejías que prendieron en el norte de Italia en la Baja Edad Media, sin perder el hilo de la trama que nos descubrirá al asesino que anda suelto en la abadía. Un misterio que concluye con esta frase: 'Buenas noches, Venerable Jorge'. ¡Dios mío! Aun recuerdo la primera vez que la leí.

Si hay un libro de misterio en el que no descubres al malo hasta el final, es este. Me parece recordar uno de Agatha Christie, en el que asesino iba en una silla de ruedas y estaba medio lisiado, pero claro, era mentira. El individuo en cuestión fingía todo para que no sospecharan de él. No es el caso, aquí la ceguera y la vejez son hechos probados. Por eso el personaje de Jorge de Burgos es apasionante, tan inteligente que el protagonista del libro, el fraile franciscano Guillermo de Baskerville intuye el desenlace desde casi el principio, pero admira a su adversario y prefiere medir sus fuerzas con él.

Seguro que al leer el compendio de saberes de Eco incluidos en el libro, habéis pensado... '¿Sherlock Holmes?' Normal, tiendo a mezclar muchas cosas y a meterme en berenjenales. Pero en este caso está bien traído. Resulta que Umberto Eco es un admirador rendido y escudriñador minucioso de las novelas de Arthur Conan Doyle. Fijaros bien, hay un fraile inglés, de apellido Baskerville (la tercera y más conocida novela de la saga Holmes es, 'El sabueso de los Baskerville'), que cuenta con un ayudante, Adso, nombre muy parecido a Watson, y que - para colmo - asombra con sus deducciones siguiendo el mismo esquema de pensamiento que usaría Holmes siglos después. Otro matiz, usa unas gafas extrañas para observar pequeños detalles, aquí tened en mente la lupa característica de Holmes. 




La cosa no ha acabado. Hay más. 

Este fraile franciscano, tan semejante al detective más famoso de todos los tiempos, llega a conclusiones que asombran a los que le rodean, y eso sin molestarse en ocultar su inmodestia. Usando para ello un sistema de pensamiento claramente Aristotélico. (Aquí, por favor, tratad de recordar lo que nos enseñaron cuando estudiábamos filosofía en COU. Lo siento por aquellos que no hayan tenido esa oportunidad). Este filósofo macedonio, maestro de Alejandro Magno, y uno de los personajes más influyentes de la historia de la humanidad, defendía que, para llegar a una conclusión válida, había que observar aquí y allá detalles varios (generalidad) para poco a poco llegar a un deducción adecuada (particularidad). De lo general a lo particular. Aristóteles dixit. ¿Veis? Novela de misterio y tratado filosófico.

Sigo, que la cosa tiene miga. Platón, gracias a la adaptación que de su pensamiento había hecho San Agustín, había sido el referente de la cristiandad hasta el siglo XIII. 

En el siglo XIV, época en la que se desarrolla la novela, la cosa andaba ya muy revuelta. Tomás de Aquino, mente brillante donde las haya, dijo que Platón no le valía y que Aristóteles se ajustaba más a su explicación sobre la existencia de Dios. De forma esquemática, buscamos aquí y allá (generalidad) hasta llegar a la deducción última, y voilà, topamos con algo inexplicable, algo incomensurable. ¡Dios! Para Aquino la existencia de Dios se podía explicar mediante la fe y también mediante la razón. 

Bien, además de esto, Francisco de Asís en el siglo XII, había dicho que Jesús era pobre y que en la pobreza se vivía divinamente. Que lo de la riqueza de la Iglesia, era indigno. Como desesperados ha habido siempre, esto degeneró de una forma brutal, dando lugar a mil herejías que defendían la pobreza y se dedicaban a martirizar a los ricos. La Iglesia hubiera podido atajarlo de forma inteligente, pero la sede del papado se encontraba por entonces en Avignón (Francia) y recordad que los franceses sólo se ocupan de enaltecerse y enriquecerse a sí mismos, el resto poco les importa. 

En 1327, año en el que se desarrolla la trama de este libro, la situación es tal que el Papa accede a que haya un encuentro entre distintas facciones en liza en una abadía benedictina al norte de Italia. Pero cada día aparece asesinado un fraile en ese santo lugar. Los servicios de Guillermo de Baskerville se hacen imprescindibles. Baskerville es franciscano y seguidor de Tomás de Aquino.

Ya desde el comienzo, la ingente biblioteca se vislumbra como la génesis del esplendor y las miserias que se ocultan en esta abadía benedictina (me gustaría explicar lo importante que es este detalle, pero no acabaría nunca). Esta biblioteca sigue una distribución idéntica a la descrita por Jorge Luis Borges en su relato 'La biblioteca de Babel'. Sí, Eco se rinde a los pies de Borges dando vida a Jorge de Burgos, ambos Jorges hablan español, son ciegos e infinitamente inteligentes. 

Dentro de la biblioteca, un libro, misterioso y desaparecido. El segundo libro de Poética de Aristóteles. El que lo lee muere. El que se arroja al conocimiento, cae en el pozo del agujero infinito. El premio de la sabiduría es la muerte.

¿No es apasionante? 

Alrededor, el ruido de los necios. Las preguntas estúpidas, la mediocridad de la ignorancia ¿Jesucristo se rió? ¿Poseía las ropas que llevaba? ¿Es esto importante? El mundo se derrumba y el hombre se pierde en detalles inútiles. 

Os animo a leer hasta mil veces este libro, sin parangón en la literatura. Cada pequeño detalle de la cotidianidad está descrito en él. Nuestro mundo es hoy, en el siglo XXI, un reflejo del pensamiento de Aristóteles. No saberlo es una desgracia que se deja sentir sin remedio.

M. 

domingo, 10 de enero de 2016

Munch y su grito desesperado.

Como propósito de año nuevo, hacer más vida cultural. No plantea problemas porque en Madrid hay opciones de sobra, quizás lo que no tenga sea tiempo o capacidad para sentarme y planear un delicioso fin de semana cultural. 

Con este objetivo en la cabeza nada mejor que visitar la exposición de Edvard Munch en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Acaba dentro de una semana y tenía que hacer de tripas corazón, es decir, hacer como que no veía las colas de domingueros a las puertas del Museo. Lo había intentado varias veces y no lograba superar el vértigo. Hoy, a siete días del cierre, y con pocas perspectivas de ir a Oslo a visitar el 'Munch Museet', he entrado como una autómata, comprado la entrada y sin pensar me he visto en la primera sala de la exposición. Un acto heroico sin precedentes.

Dicho esto, ya tengo otro propósito para este 2016, pensar muy y mucho si volveré a ver otra exposición monográfica en el Thyssen. Todas sin excepción están tan llenas de gente que, lejos de disfrutar del arte, acabas atronado y con vértigos. La primera exposición en la que no ves ni un cuadro, piensas que te ha pillado la hora punta. La segunda, lo achacas a la mala suerte, y a que sólo puedes ir en sábado o domingo. La tercera, vas un martes, y es exactamente igual o peor... Y suma y sigue. Conclusión, es un problema de gestión del Museo. 

Tienen otro reto, la eliminación de las audioguías, el que para mí es el peor y más siniestro invento de la humanidad. Poder ver un centímetro de un cuadro es un logro. Escuchar el silencio y no un batiburrillo de explicaciones inconexas que salen de un aparato, es tanto como un milagro celestial.

Ahora toca hablar de Edvard Munch (1863-1944).




Conocí su obra gracias a una descripción de terapias contra la locura y el trastorno bipolar. Munch, que no debió nacer muy cuerdo, tuvo la mala suerte de tener un padre con gran obsesión por lo religioso (al ser protestante, estos detalles de su biografía se tapan, porque recordad, para los herejes, sólo los católicos son unos fanáticos y unos retrógrados). Para colmo su madre y su hermana murieron a edad temprana. Conclusión que era poco estable y así siguió. Su familia lo envió a un sanatorio mental y el médico (de ahí lo que comentaba de las terapias) le dijo que pintara, si esto le satisfacía y le ayudaba a estar tranquilo. Lo cual era algo revolucionario para la época.

Primera idea, todo loco y desequilibrado es - por definición - un genio. Porque Munch, digan lo que digan los noruegos y los críticos más sesudos, no es un gran pintor. Es cierto que tiene cuadros muy buenos, pero no es un creador singular, ni su obra tiene una fuerza conmovedora. Sí tiene el mérito de reflejar sus obsesiones, a saber, la soledad, la hipocresía, los celos, los vicios humanos y ¡atención! la maldad y perfidia femenina. Las mujeres, en sus cuadros, son retratadas como germen de todo mal, chupan la sangre de una forma extraña, absorbiendo desde la nuca. 


Al analizar sus cuadros no hay ni una sola genialidad que no haya sido usada antes por algún otro pintor. Todo genio desde el barroco hasta hoy sólo ha tenido un maestro, Velázquez. Él es la génesis de la expresión artística tal y como la concebimos. Suya es la pincelada al azar que encierra movimiento, la perspectiva, la fuerza apabullante del sufrimiento y también de la alegría. Hasta Madrid viajaron los Impresionistas, conscientes de que nadie podría igualarlo.

Los Impresionistas influyeron en Munch, se nota. Esa pincelada que había nacido en el barroco español, se deja sentir de forma tosca y desequilibrada.

También estuvo en Alemania, y allí copio a Ernst Ludwig Kichner. Pero la visión de la pubertad de Munch, claramente copiada de Kichner, carece de fuerza demoledora, de pasión y de empatía. Al ver los cuadros de Kichner percibes la soledad de la pobreza, la miseria de una sociedad que tiene como víctimas a niñas jóvenes. Al contemplar el cuadro de Munch, sólo ves a una adolescente desnuda.



Como veis, nada que sea completamente original suyo. Pero tengo la sensación de que si leéis esto no querréis - si visitáis Oslo - disfrutar de sus pinturas. Por favor, no. El arte se basa en la exploración personal de las emociones. Munch ofrece una visión de la vida que, sin duda, nos invita a pensar...

Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza.

(E.Munch. El Grito. 1893)

Por cierto, antes de que me olvide, y por si mis comentarios incitan a pensar otra cosa, la exposición es realmente buena.

M.

Urbino y Piero della Francesca

Piero della Francesca murió el 12 de octubre de 1492. El día que Colón puso los pies en América cerró definitivamente la puerta a ser testigo de uno de los más grandes acontecimientos de la Historia de la Humanidad. Para él la Modernidad había comenzado 39 años antes, cuando Europa contempló atónita la Caída de Constantinopla. Como gran estadista que era, supo que nada volvería a ser igual, y así fue. Europa jamás se recuperó, ni siquiera abriendo una puerta a América. Hoy 563 años después quiero recomendaros la lectura de un libro de Stefan Zweig, 'Momentos estelares de Historia de la Humanidad', dentro de este hay un estremecedor relato: 'La Conquista de Bizancio'. Por favor, leedlo. La primera y quizás única enseñanza de este episodio de la Historia, es que Europa jamás podrá estar unida. Desgraciadamente y repetidamente ha preferido hundirse a tomar decisiones coherentes y valientes.


He introducido el tema Bizancio porque, prefiero decirlo ya, no voy a hablar de Urbino y de Piero della Francesca haciendo un resumen de lo que se puede leer en Wikipedia, eso sería un fiasco. Voy a hablar única y exclusivamente de un cuadro, el más enigmático (para mí) de la Historia del Arte y que se encuentra en Urbino, en la Galeria Nacional de las Marcas. 'La Flagelación'.



Lo primero que sorprende de este cuadro es su diminuto tamaño. Algo horrible que tienen las ponencias en Power Point es que pierdes la perspectiva. Cuando iba recorriendo las sales de la Galería Nacional de las Marcas, no pensaba que me iba a encontrar con un lienzo de 59x82 cms., mea culpa. Había leído cientos de comentarios y asistido a una ponencia sobre este lienzo, pero nunca me molesté en visualizar sus dimensiones en mi cerebro. Una crítica de arte de pacotilla, lo sé. Lo segundo y más obvio, es que hay tres tipos tan campantes en primer plano charlando amigablemente, mientras en un segundo plano, a la izquierda, a un tipo le van a moler a latigazos (Jesucristo) y ellos ni se inmutan.

Los 'verdugos' y el reo van vestidos acordes a la época en la que Jesús fue crucificado. Para los demás el vestuario escogido es una mezcla de estilos del siglo XV. Todo ello encuadrado bajo una compendio arquitectónico que sigue la proporción áurea.

Pensemos ahora que en toda sociedad a lo largo de la Historia ha habido tres tipos de personajes. En primer lugar los que deciden y mueven los hilos (casi siempre para mal) que denominaremos 'ambiciosos sin límite'. Tipo dos, los que se dejan llevar y se creen todo lo que les van contando, los llamaremos 'beodos', peligrosísimos también. Y por último los que tienen una visión crítica de las cosas y ven los acontecimientos en perspectiva. Intuyen lo que se viene encima y protestan de manera subliminal creando piezas enigmáticas que describen su estupor. Los llamaremos 'visionarios en la sombra'.

Piero della Francesca era un 'visionario en la sombra'. 

¿Cómo es posible, pensaría en 1444 cuando comenzó a pintar el cuadro, que entreguemos Constantinopla a los turcos por la ceguera de nuestros gobernantes? Roma imponía a la Iglesia de Oriente unas condiciones absolutas de rendición a sus dogmas de fe. Parecía que cedían, luego en el último momento se lo pensaban mejor, un extraño y esquizoide tira y afloja entre ambas Iglesias. Los comerciantes genoveses y venecianos iban a la suya. 

Habían comenzado en 1431 a buscar el acercamiento, ¡veintidós años! para decidir si se mandaba algún barco para ayudar a Constantinopla. Asumiremos que la comunicaciones no eran tan ágiles como las de ahora, pero aun así la cosa no tiene perdón.

Obviando las sesudas interpretaciones del cuadro que podéis leer en cualquier lugar, para mi representa el grito de auxilio de un pensador que muestra en un primer plano a tres personas respetables del tipo 'ambicioso sin límites', que prefieren ignorar el sacrificio que Jesucristo había hecho quince siglos atrás, mientras discuten amigablemente sobre si Jesús tenía o no naturaleza divina. 

El individuo que aparece sentado con un sombrero y los flageladores, son del tipo que he definido como 'beodo'. Hacen el trabajo sucio y no se plantean nada.

El tipo del turbante, el enemigo, camina a recoger los frutos de tanta estulticia. Europa y su obsesiva manía de negar sus raíces.

Pues nada, a Urbino. Merece la pena el viaje. 

M.








viernes, 1 de enero de 2016

Italia, no os dejéis engañar, es lo mejor de Europa

A lo largo de nuestra vida en la órbita latina, hemos visto como nuestros vecinos del norte vilipendiaban nuestra filosofía, lengua, cultura... Esas que son las suyas, aunque su mezquindad les impida reconocerlo. Es por ello que dirán que cualquier ciudad del centro y norte de Europa es más bonita que Roma, Madrid, Lisboa... Por favor, no os dejéis engañar, el sur de Europa es lo más delicioso del viejo continente. 

Un viaje por el norte de Italia os hará ver que todo, o casi todo, lo que conforma nuestro desarrollo como seres humanos, procede de ese mundo denostado por los grandes gurús de la economía mundial. ¡Señor! Qué ciencia tan destructiva y absurda, es dañina y aniquiladora de almas.

Os propongo una huida, entrando de lleno en el arte italiano de los siglos XIII, XIV y XV, la espiritualidad, el sol y el olor a vida. Esa vida que envidian los herejes fanáticos, con sus iglesias desnudas y sus cánones inamovibles de salvación.


Podéis comenzar tomando un vuelo destino a la maravillosa ciudad de Florencia. En un par de horas os veréis inmersos de lleno en uno de los lugares más especiales del planeta. Reconozco que en verano es un tormento, no se puede ni andar por las calles. Pero tranquilos, el turista grupal se mueve como los animales en manada, para ello evitad pasear por las zonas más conocidas en el centro del día y huid sin reparos por callejuelas adyacentes. Menos calor, más privacidad. Cierto es que ir a los Ufizzi y no encontrar colas monstruosas es - ya advierto - imposible. Y a los Ufizzi hay que ir por múltiples razones, pero la clave está en Botticelli. El Museo está pésimamente organizado, las obras de arte están colocadas (excepto la parte de Cimabue, Giotto y su contemporáneos) sin ton ni son. Decenas de cuadros que hemos visto en nuestros libros de arte, aparecen de repente en un pasillo, sin saber bien por qué. Pero la esencia mediterránea es el caos, y desde este desorden hemos ido tirando. 

En Florencia, al igual que en otras ciudades turísticas tipo Venecia, es casi imposible encontrar un lugar decente para comer. El 99,99% de los restaurantes son trampas para el turista. Donde te dan una pasta mala de necesidad y te meten un estacazo de escándalo. Pero en algún sitio hay que reponer fuerzas. Otra opción es el estacazo, la buena pasta y las vistas de Santa María Novella. De noche o de día. Os aseguro que la proporción áurea nunca ha producido algo tan deliciosamente extraño. 




Ahora, permitidme un inciso mientras sigo contando cosas de Florencia. Resulta que cuando el Cristianismo estaba tomando forma allá por el siglo III, un mercader armenio llegado a la ciudad tuvo la feliz idea de convertirse y acabó muy mal, martirizado y con la cabeza separada del cuerpo. Esto no le impidió levantarse tan campante con su cabeza en la mano y ponerse a andar como si tal cosa. Mucho no pudo andar, claro, con semejante merma. Pero tras esta gesta, se paró y allí donde ya no pudo más, se edificó la Basílica de San Miniato al Monte. Aquí me sucedieron dos cosas increíbles. Una de ellas fue que caminando por la cripta de repente escuché cantar a un grupo de frailes de una forma que me hizo sentarme y esperar, como si se congelara el tiempo, a que acabasen. Era el reflejo de la fe y la trascendencia hacia lo sublime, hacia lo inexplicable, como proponía Tomás de Aquino. 

La segunda es que cuando íbamos a abandonar la basílica, el cielo se cubrió de nubes y empezó a tronar y a llover de tal forma que caían trozos de vidrieras a nuestros pies y era imposible salir. Lo sublime y lo oscuro, la vida y la muerte. Dos realidades que conviven en el espacio y en el tiempo sin que nos demos cuenta. 

Hay quien dice que perderse en la naturaleza, acampar en medio de la selva o de un bosque y levantarse a calentar té en un fuego con cuatro ramas es algo mágico. Tal vez lo sea. El ser humano es diverso y como tal desarrolla un gusto diferenciado para disfrutar del ocio. Para mi, caminar por las callejuelas del centro de Florencia y desembocar con la vista en Santa María del Fiore, equivale a millones de tes calentados al fuego en medio de sabe dios donde. Acercarme a las puertas del Baptisterio de San Juan creadas por Ghiberti, incluso rodeada de enjambres de humanos siguiendo un paraguas, me inunda de una extraña e inexplicable sensación de paz ante la belleza. 

El turismo ha creado riqueza. Pero ha empobrecido el arte, la arquitectura, la historia y la propia naturaleza. Nos enseñan las guías cuatro pinceladas que desubican las obras y las llenan de un contenido ideológico y político que no tienen. Ghiberti, Leon Battista Alberti, Giotto, Brunelleschi, Masaccio, Botticelli... no pensaban como nosotros, ni el mundo que les tocó vivir era - ni remotamente -parecido al nuestro. ¿Por qué - como a tantos otros - los descontextualizamos? ¿Por qué nos quedamos con cuatro ideas absurdas sobre su pensamiento y su obra? ¿Por qué despojamos de sublimidad nuestra propia cultura? Espero que cuando vayáis a Florencia podáis recuperar una parte del maravilloso legado que Italia ha dejado al mundo.



No he acabado, el viaje sigue, destino Asís, Urbino, Rávena y Bolonia.

M.