jueves, 26 de noviembre de 2015

Próxima estación: Berlín Hauptbahnhof



Vivimos en un mundo extraño. Ya sé que es una frase manida, quizás la más repetida en la historia de la humanidad, pero no se me ocurre cómo comenzar la descripción de Berlín. No es una ciudad extraña, inaccesible y llena de peligros. Más bien todo lo contrario. Pero quiero plasmar en estas líneas mi estupor y sorpresa al ver cómo a partir las cenizas de un loco con bigote, ha llegado a generarse semejante urbe.

No es un tópico, los alemanes son objetivamente fríos y con la amabilidad justa para el trato con sus semejantes (no son estirados ni mucho menos, para este particular, leed el párrafo siguiente). Para colmo, el alemán es una lengua difícil, llena de declinaciones, recovecos y palabras de longitud monstruosa. Al leer carteles callejeros, indicaciones, nombres de prendas, cartas de restaurantes, etc., no tienes ni la más remota idea de lo que puede ser, y lo intuyes porque, gracias a la globalización, en todas partes venden lo mismo.

Tras esta introducción, por favor, empaquetad cuatro cosas e iros ahora mismo a Berlín. Es, al menos para mí, una de las ciudades más interesantes de la vieja Europa. Muy por encima de París, que son unos estirados. No dejéis que os engañen en este aspecto, en Berlín es posible mimetizarse. En París no pasas, por mucho que lo intentes, de ser una mosca cojonera (esto se traduce como 'turista') Si no hablas francés a lo más que llegarás, será a pedir un menú Whopper en Burger King. Hacer una reserva para cenar, puedes, pero no esperes obtener una buena mesa. Te pondrán al lado de la puerta de la cocina y, si tienen ocasión, al abrir te darán un golpe para hacerte sentir más ajeno y extraño de lo que ya te sientes. Lo bueno de la situación es que hablarás con otros turistas perplejos, y te reirás en su cara de lo necios que son, pero tranquilos, que no se dan cuenta.


Convencidos ya para poner rumbo al aeropuerto de Tegel, en el Berlín Occidental, aterrizamos así como quien no quiere la cosa, a escasos kilómetros de lo que era la calle principal del Berlín de los buenosKurfürstendamm (Ku'damm). Especie de Gran Vía, llena de tiendas y diversos negocios trampa para incautos. En las calles adyacentes, más alejadas del bullicio, hay cientos de restaurantes a cual más delicioso. ¡Atentos! A los germanos les encanta todo lo latino, al final mi abuelo tenía razón cuando defendía que a los alemanes les caíamos bien. Palabras que han adoptado de nuestro idioma (no requieren traducción, obviamente): mojito, margarita, pincho, tapa, paella, baile latino... En fin, todo orientado a lo mismo. Esto es lo que exportamos al mundo. Da que pensar.

Recomiendo no obstante ir a un restaurante Georgiano, ¿qué tiene esto que ver con todo lo anterior? No lo sé, nada. Pero no os lo perdáis. Es una experiencia casi tan edificante como ver el busto de Nefertiti.

Al igual que en Londres con los restaurantes libaneses, en Berlín hay fiebre adictiva con todo lo vietnamita. Este tema tengo que investigarlo bien, no sé a qué es debido. Había pensado que los vietnamitas siempre odiaron a los franceses, ¡exacto! como los alemanes. Pero esta explicación me parece repetitiva y obvia, no la voy a dar por válida. 

Otro tema que quizás pueda resultar de interés es la localización del Bunker de Hitler. Aventura donde las haya. Si en vuestra niñez os gustaba jugar a encontrar el tesoro, y teníais habilidades para ello... ¡Esta es claramente vuestra oportunidad! Para los alemanes Hitler no existe. Y han cegado el lugar donde pasó sus últimos días, para intentar (sin lograrlo) que olvidemos lo malote que fue. En internet tenéis planos de su localización que os ayudarán en esta labor.

Una vez localizado el bunker, os recomiendo también un paseo por Unter den Linden (Bajo los Tilos). Viejas glorias que se niegan a morir, entiéndase por esto la embajada Rusa y Aeroflot, que se caen a trozos, pero ahí siguen sin reconocer su estrepitoso fracaso. Y, coronando esta avenida, la mismísima Puerta de Brandemburgo. Todo en el 'lejano este', el feudo de la Stasi.

Visitad Berlín, por favor. Entenderéis mil cosas sobre Alemania, Europa y las grandes mentiras del siglo XX.

M.



Cristina, hija de Lavrans

Estaba viendo el otro día el Rosco de Pasapalabra, y una de las preguntas me dejó perpleja. Casi tanto como al concursante, que no la sabía, claro. 

- 'Empieza por 'U', apellido de la escritora noruega que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1928 y cuya novela más conocida es 'Cristina, hija de Lavrans''




La respuesta es Undset. No creo que haya mucha gente que lo sepa, y menos que haya leído el libro en cuestión. Yo sí. No quiero dármelas de listilla, pero apuesto que se pueden contar con los dedos de dos manos los lectores de este libro. Ahora explico las razones.

Primera, es larguísimo y con un desfile de personajes de nombre noruego que te dejan patidifuso casi en cada página. Para aquellos que os atreváis a intentarlo, la clave para no perderse está en conocer la formación de los apellidos y linajes en los países del norte de Europa. Al nombre de pila se añade (como apellido) el nombre del padre terminado en '-ssoen', '-son', '-sson', en el caso de los hombres; '-daughter', '-dotter', '-datter', en el caso de las mujeres. 

Segunda, la trama que aborda es tan ajena a nosotros, habitantes del sur de Europa, que a veces no sabes si has sido abducido por un marciano y, durante el viaje, te ha ido contando lo que te vas a encontrar al llegar a su planeta. En este caso, para no desesperar, os recomiendo tener alguna noción de la historia noruega del siglo XIV. Más de uno acaba de hacer 'puggff', no me extraña. El tema no es ni prometedor, ni útil, excepto si vas a Pasapalabra y te hacen la misma o parecida pregunta, hecho altamente improbable.

Tercera, la descripción de los personajes, sus sentimientos, su aproximación a la fe cristiana y a dios, sus relaciones con el entorno feudal en el que se desenvuelve la novela y su comportamiento ante la adversidad, son absolutamente sobrecogedores. Tanto, que a veces tienes que parar, cerrar el libro, y meditar profundamente sobre lo que has leído. Y creedme, no exagero. Los best-seller históricos, crean personajes que -aun viviendo hace mil años - piensan y se desenvuelven igual que nosotros en el siglo XXI, absurdo por completo. En esta novela en ningún momento tendréis esa sensación, por eso la barrera de comprensión hacia Cristina y su entorno es inconmensurable a la vez que emocionante.

Cuarta, el argumento. Cristina nacida en 1302, hija de un noble rural noruego, lucha por sus convicciones y su amor por un hombre de alta alcurnia, pero de costumbres disipadas, Erlend. A edad temprana su matrimonio es concertado, pero ella consigue tras un angustioso tira y afloja con su padre, romper este compromiso y casarse con su gran amor. Parece simple, pero el camino está salpicado de mentiras, sexo pecaminoso, remordimientos y daños colaterales. La sensación de que todo lo malo que está por venir no es sino causa natural de todos los pecados cometidos, impregna la novela hasta el final. Nadie escapa a la ira divina. Así pensaban en el siglo XIV, ni más ni menos.

Quinta, nada baladí, en el siglo XIV Noruega pertenecía a la esfera Católica. Faltaban dos siglos para que Lutero plantara cara al Papa y diera comienzo un proceso sin retorno, que convertiría a los Países Nórdicos en un bastión del Luteranismo más recalcitrante y fanático. Por lo que, escribir un libro en el siglo XX, siendo capaz de describir la espiritualidad católica del siglo XIV, sin caer en la trama fácil tan usada por los protestantes de que los católicos sólo saben ser corruptos, ladrones, malas personas, faltos de miras, etc., tiene un mérito infinito. Más del que pueda parecer. La gesta es tal, que los suecos tuvieron que rendirse a la evidencia, y premiar tan ingente esfuerzo literario con un Nobel.

Normalmente recomiendo todos los libros que leo. Este también, pero con reservas. Es demasiado denso y complejo. Y la sensación de querer abandonar su lectura es - no voy a mentir - frecuente. Con todo ello, para aquellos que se animen, estamos ante uno de los mejores libros sobre la Edad Media jamás escritos.

Leed mucho.
M.


domingo, 22 de noviembre de 2015

A sus pies, señor Mendoza.

Nooo, no penséis que voy a hablar del difunto Ramón Mendoza, ex-presidente del Real Madrid. Odio el fútbol, como bien sabéis, y dedicar más líneas al 'deporte rey' (expresión absurda donde las haya) sería una tortura para vosotros y para mí. En esta ocasión hablaré de alguien que está a años luz del tufillo cutre del mundo del fútbol y que, estoy segura, sería capaz de dinamitar con humor y donaire tanta patraña, el mismísimo Eduardo Mendoza.

Hablaba ayer con un amigo, lector de este blog, y me reprochaba que al único libro al que había puesto un 'pero' era a 'El héroe discreto' de Vargas Llosa. Mi escritor vivo favorito y probablemente el más merecido Premio Nóbel de los últimos años, junto a Le Clézio. Al poeta sueco y a la crítica bielorusa deben conocerlos en su casa, eso sin contar sus escasos méritos literarios. Los suecos deben dedicarse a componer canciones de Eurovisión y dejar la literatura a otros con una sensibilidad menos fría.


¡Jesús! Dos párrafos y ya he perdido el norte. La conclusión a la que quería llegar al describir el diálogo con esta víctima que me lee, es que precisamente con lo que más nos gusta y disfrutamos, somos más críticos. El basto conocimiento de las cosas nos hace penetrar en dobles sentidos y juegos de palabras. El apego nos genera confianza y al final somos injustos en nuestros juicios, sin ni siquiera darnos cuenta.


Esto mismo explica mi imperdonable olvido de Eduardo Mendoza en este modesto blog. No me cabe en la cabeza cómo no le he dedicado un espacio antes. No porque lo que yo pueda opinar sea relevante, ¡dios, no!, más bien porque es una forma anónima de rendirme a sus pies. Donde en realidad he estado siempre, desde que conocí al extraterrestre que buscaba sin descanso a Gurb, disfrazándose de Conde-Duque de Olivares y comiendo chocolate con churros en Barcelona. 


He esperado tres años para leer la nueva entrega del detective anónimo, que resuelve crímenes de manera estrafalaria y desternillante, y la espera ha merecido la pena.




En 1978 Mendoza sacó por primera vez del manicomio al protagonista de sus novelas de misterio. Un personaje agudo y perspicaz, sometido a una reclusión (no sabemos si merecida o no) en un centro psiquiátrico, del que no acaba de salir a causa de escollos burocráticos y merced de la mezquindad de aquellos que le solicitan ayuda y que ponen de manifiesto lo estrafalario y absurdo de la sociedad catalana y, por extensión, de la española.

Para desentrañar los asesinatos y misterios, no le proporcionan ninguna ayuda económica, valiéndose siempre para sobrevivir de su ingenio y de la ayuda casual de personajes a cual más esperpéntico. Ellos son los únicos que ven su bondad innata y su innegable inteligencia. 

Finalmente en la tercera entrega, este locuelo sin nombre, abandona el manicomio de forma permanente. No porque la burocracia se haya apiadado de él, sino porque el centro en el que lleva recluido décadas es objeto de especulación inmobiliaria. A falta de una ocupación mejor, acaba regentando un negocio de peluquería. El cuarto libro concluye con nuestro héroe empleado en un restaurante chino, que ocupa el local de su fallida actividad como peluquero. Aquí, en esta quinta y -hasta la fecha - última entrega, es donde lo encontramos de nuevo. 

'El secreto de la modelo extraviada' da pena que se acabe. Ya al leer el primer capítulo, y sin poder parar de reír, sabía que al concluir sentiría un rencor incontrolable hacia Eduardo Mendoza por no escribir un libro así todos los años. La fina crítica a todo lo que nos rodea, a los males endémicos de nuestro mundo enfermo, a nuestros hobbies, a nuestras rutinas y a nuestra hipocresía, es soberbia. No hay ni un sólo aspecto de todo lo que ha aparecido en los periódicos en los últimos tres años que no esté astutamente camuflado en la trama. 

Cataluña y sus mentiras, España y su ceguera. La moda del footing, la comida basura, los funcionarios que se multiplican para arruinar al país y no solucionar ni uno solo de sus problemas, los dueños de perros que no recogen sus excrementos, la política, la víctimas del poder chusquero y mediocre... Y para acabar el libro, una reflexión, "las grandes ideas son destructivas, las modestas acaban cansando y se olvidan". Es decir, ¿hacia donde vamos? ¿qué ideas debemos seguir?

Quizás un loco reinsertado a la sociedad por pura casualidad pueda enseñarnos más de lo que jamás acertamos a imaginar.

Gracias a Eduardo Mendoza por escribir libros así.
M.









sábado, 14 de noviembre de 2015

A veces llorar es bueno...


"Cuando era niño, pensaba que el mundo era un lugar maravilloso, mágico, bonito..." Así comienza "The Logical Song" de Supertramp. Yo también lo creía así, antes de aprender que lo lógico es - precisamente - lo que menos sentido tiene.

Hoy me levanto y sólo veo cuerpos rotos, vidas destrozadas e incompresibles teorías para explicarlo. París no merece eso, nuestro modo de vida no merece eso, nuestra cultura cristiana (basada en el respeto a ultranza del ser humano) no merece eso. ¿Por qué, al dejar de ser niños, la vida deja de ser lógica?


Deja de ser lógica porque no nos permiten llorar, y a veces llorar es bueno. Ahora, cuando intento asumir lo sucedido en Francia, llorar es lo único que me consuela. Cuando vuelva a sonreír, quizás el mundo siga siendo maravilloso. Así lo creía de niña, antes de que me enseñaran que lo lógico era renegar de mi cultura y de mis valores. Intentando convencerme que así encontraría el camino hacia la felicidad.

Nuestros políticos de toda índole son responsables de ocultar a la sociedad, mediante esquizoides programas educativos, los pilares que han hecho de Europa el motor cultural del mundo. Han intentado convencernos - por cobardía e interés -  que determinados colectivos eran mejores o iguales a nosotros, minimizando su fanatismo y ocultando sus crímenes. Permitiendo sus prácticas xenófobas y destructivas en detrimento de las nuestras, hasta que el asunto se les ha ido de las manos.

Y ahora, para seguir viviendo y soportando el dolor, tenemos que ser niños, y refugiarnos en nuestro llanto.

M.


martes, 10 de noviembre de 2015

¿Por qué los británicos son los dueños del mundo?

Publicado Guay del Paraguay. Noviembre 2015

No me he vuelto loca. Cada vez que voy al Reino Unido, lo primero que me pregunto cuando el avión está aterrizando es por qué los británicos son tan tocapelotas. 

Conducen al revés, lo cual es desconcertante e incomprensible. Te hacen pasar por un tedioso control de pasaportes con el único objetivo de intimidarte y hacerte perder tiempo. Estás en Europa, pero no estás, porque son ambiguos en cada uno de los detalles que muestran en su cotidianidad. Y, esto ya es una muestra más de lo raros que son, no usan euros. 


La libra esterlina es intocable. Cuando pides un café y te cobran tranquilamente tres libras, el café en cuestión cuesta cinco euros, no tres, que es la cuenta fácil que te haces siempre en la cabeza. Mil pesetas. Sí, mil pesetillas un poco de agua sucia. La cerveza anda en las seis libras, es decir unos ocho euros. No digo más.


Añado que, alquilar un apartamento en Knightsbridge ronda las diez mil libras al mes. Quince mil euros. ¿Veis? No están bien. Pero... ¡Londres me encanta! ¡Qué maravillosa ciudad! Es como tocar el cielo. 


Cosas que no hay que perderse. Por favor que no continúe leyendo quien piense que voy a hablar de la Torre de Londres, el Golden Eye, National Gallery, etc. 


Imprescindible comer pato laqueado en el Barrio Chino, acompañado por unas deliciosas ancas de rana picantes... Es importante concentrarse en la comida, porque amables, no son amables. Los ingleses no lo son, pero los chinos que se han criado en el Reino Unido, esos ya no hay por donde cogerlos. 


Otro 'must', pasear por sus mercadillos. Puede que su tendencia a robar tesoros arqueológicos por medio mundo (para este particular, recomiendo consultar la página web del Museo Británico) les haya dado la llave al virtuosismo para crear mercados al aire libre. Nadie como ellos para hacer que la basura parezca oro, y la morralla diamante en bruto. En Cadem sólo venden ropa usada, que huele fatal. Junto a los franceses, los británicos pasan por ser lo más desaseados de Europa, al notar el perfume embriagador que emana de esas prendas, constatas que esta afirmación, por una vez, no es un invento periodístico. Pero, aun así, siempre compras algo, y te vas tan contenta con tu bolsa y cincuenta libras menos.


Como ya dije al hablar de Agatha Christie, los ingleses son nulos para aprender idiomas. Tal vez no se han puesto en ello porque no lo consideran necesario, tontos no son. O tal vez la simpleza de la estructura gramatical del inglés les ponga trabas para aprender otras lenguas con cientos de declinaciones y tiempos verbales. Pero el francés lo consideran lo más del refinamiento. Nadie sabe hablar francés, no nos engañemos, pero conocer dos o tres palabras les colma de felicidad. En esto los ingleses muestran (¡otra vez!) cómo les gusta llevar la contraria. En el Continente, el francés (excepto en los países de su órbita) es despreciado e ignorado. En Alemania, en Italia, en los Países Eslavos, en Hungría... Nada, ignorancia total de esa lengua muerta. Pero a los ingleses les gusta. Creo que por ello, de entre todos los huidos por las guerras de Oriente Próximo, los libaneses han sido los mejor acogidos entre los británicos. De ahí la proliferación de sus restaurantes, un rayo de luz mediterránea entre esos guisos horribles.  


Lo mejor para el final. Los ingleses supuran odio hacia España. En esto demuestran que no son tan elegantes como quieren hacernos ver. Han ganado todas las batallas, y aun así, no muestran indulgencia hacia el perdedor. Llevan mal que el español se expanda como una mancha de aceite y disimulan mal su desprecio. Tengo pruebas irrebatibles respecto a esto. Instrucciones de evacuación de un Hotel de Lujo en Knightsbride. Observad la traducción al español. 




Efectivamente, quieren que nos quememos. Habéis llegado a la misma conclusión que yo. Ni se han molestado en contrastar con algún nativo semejante esperpento.

Pues bien, me pasaría la vida en Londres. ¿Entendéis ahora el secreto de su triunfo? Son odiosos y aun así los admiramos profundamente.

Próxima estación Berlín.